14 ago. 2025

Bautismo del Señor

Inmediatamente después de ser bautizado, Jesús salió del agua y he aquí que se le abrieron los cielos y vio al espíritu de Dios que descendía en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz del cielo que decía: Este es mi hijo, el amado, en quien me he complacido.

En la solemnidad de hoy conmemoramos el bautismo de Jesús por San Juan Bautista en las aguas del río Jordán. Sin tener mancha alguna que purificar, quiso someterse a este rito de la misma manera que se sometió a las demás observancias legales, que tampoco le obligaban. Al hacerse hombre, se sujetó a las leyes que rigen la vida humana y a las que regían en el pueblo israelita, elegido por Dios para preparar la venida de nuestro Redentor.

Con el bautismo de Jesús quedó preparado el bautismo cristiano, que fue directamente instituido por Jesucristo con la determinación progresiva de sus elementos, y lo impuso como ley universal el día de su ascensión: Me fue dado todo poder en el cielo y en la tierra, dirá el Señor; id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. En el bautismo recibimos la fe y la gracia. El día en que fuimos bautizados fue el más importante de nuestra vida. De igual modo que “la tierra árida no da fruto si no recibe el agua, así también nosotros, que éramos como un leño seco, nunca hubiéramos dado frutos de vida sin esta lluvia gratuita de lo alto”. Nos encontrábamos, antes de recibir el bautismo, con la puerta del cielo cerrada y sin ninguna posibilidad de dar el más pequeño fruto sobrenatural.

“La gratitud es el primer sentimiento que debe nacer en nosotros de la gracia bautismal; el segundo es el gozo. Jamás deberíamos pensar en nuestro bautismo sin un profundo sentimiento de alegría interior”.

Hemos de agradecer la purificación de nuestra alma de la mancha del pecado original, y de cualquier otro pecado si lo hubo, en el momento de recibir el bautismo. Todos los hombres somos miembros de la familia humana que en su origen fue dañada por el pecado de nuestros primeros padres. Este “pecado original se transmite juntamente con la naturaleza humana, por propagación, no por imitación, y se halla como propio en cada uno”. Pero Jesús dotó al bautismo de una especialísima eficacia para purificar la naturaleza humana y liberarla de ese pecado con el que hemos nacido. El agua bautismal significa y opera de un modo real lo que el agua natural evoca: la limpieza y la purificación de toda mancha e impureza”.

“Gracias al sacramento del bautismo te has convertido en templo del Espíritu Santo: no se te ocurra -nos exhorta San León Magno- ahuyentar con tus malas acciones a tan noble huésped, ni volver a someterte a la servidumbre del demonio: porque tu precio es la sangre de Cristo”.

En el caso del bautismo está en juego algo infinitamente mayor que ningún otro bien: la gracia y la fe; quizá, la salvación eterna. Solo por ignorancia y por una fe dormida se puede explicar que muchos niños queden privados, por sus propios padres ya cristianos, del mayor don de su vida. Nuestra oración se dirige a Dios hoy, para que no permita que esto suceda.

Hemos de agradecer a nuestros padres que, quizá a los pocos días de nacer, nos llevarán a recibir este santo sacramento.

(Frases extractadas del libro Hablar con Dios, de Francisco Fernández Carvajal).