Hoy meditamos el Evangelio según San Mateo 9,14-15. El papa Francisco a propósito del evangelio de hoy dijo: El profeta Isaías ya había descrito con claridad cuál era el ayuno según la visión de Dios: “Soltar las cadenas injustas”, “dejar en libertad a los oprimidos”, pero también “compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo”, “cubrir al que veas desnudo”.
Aquél es el ayuno que quiere el Señor... Ayuno que se preocupa por la vida del hermano, que no se avergüenza -lo dice el mismo Isaías- de la carne del hermano. Nuestra perfección y santidad va delante con nuestro pueblo, en el cual hemos sido elegidos e insertados. Nuestro acto de santidad más grande está precisamente en la carne del hermano y en la carne de Jesucristo.
El acto de santidad de hoy, nuestro, aquí, en el altar, no es un ayuno hipócrita: Es no avergonzarse de la carne de Cristo que hoy viene aquí. Es el misterio del Cuerpo y de la Sangre de Cristo. Es ir a compartir el pan con el hambriento, a curar a los enfermos, los ancianos.
Esto significa que el ayuno más difícil es el ayuno de la bondad, del que es capaz el buen samaritano, que se inclina sobre el hombre herido.
Y entonces, ésta es hoy la propuesta de la Iglesia: ¿Me avergüenzo de la carne de mi hermano, de mi hermana? Cuando doy limosna, ¿dejo caer la moneda sin tocar la mano? Y si por casualidad la toco, ¿la retiro de inmediato? Cuando doy limosna, ¿miro a los ojos de mi hermano, de mi hermana? Cuando sé que una persona está enferma, ¿voy a encontrarla? ¿La saludo con ternura?
No avergonzarse de la carne de nuestro hermano: ¡Es nuestra carne! Seremos juzgados por el modo en el que nos comportamos con este hermano, con esta hermana.