19 abr. 2024

Aty Ñe’ê, gesta inaudita

Raquel Rojas ha publicado un libro sobre el grupo de teatro Aty Ñe’ê, que ayudó a fundar en 1974. Un elenco quijotesco que desde sus orígenes se planteó abrazar al Paraguay, pese a las sospechas del stronismo de que fuese el mero disfraz de un grupo subversivo.

Mara Vacchetta Boggino
Psicóloga y escritora


Raquel Rojas, mujer de teatro y comprometida con asuntos culturales, editó y nos ha regalado un libro/álbum de gran valor. Se trata del duro recorrido de un poco más de una década de un puñado de idealistas y comprometidos con su país, un grupo de artistas bautizado Aty Ñe’ê.

Con poquísimos medios, pero rico en proyectos y ganas de compartir su arte, estos jóvenes recorrieron todo el país llegando a campesinos e indígenas, en una gesta que solo es concebible cuando hay mucha pasión. Y sabemos que pasión significa sufrimiento. Mas ¿qué le importa al apasionado sufrir, si su brújula sobrevuela y atraviesa horizontes? Raquel es la fundadora en 1974 de este grupo quijotesco llamado Aty Ñe’ê, que desde sus orígenes se planteó abrazar al Paraguay, pese a las sospechas del stronismo de que fuese el mero disfraz de un grupo subversivo. Y sabiendo los riesgos, estos artistas dijeron como Julio César: “Alea jacta est…”, ¡y cruzaron el Rubicón! Fotos impactantes de adolescentes campesinos mirando boquiabiertos el trabajo de los actores y del ingenio para llegar hasta lugares remotos, riegan este álbum/libro que, sin duda, tiene que ser una obra obligatoria en el currículum de la educación paraguaya.

IDENTIDAD NACIONAL.

Tenemos la tendencia de contar nuestras hazañas bélicas, que por cierto deberían llenar páginas de la historia universal: la belleza trágica del altar del Aquidabán o las hazañas del coronel Franco en el desértico Chaco, homologables a las del mariscal alemán Rommel, en el erial africano. Sabemos que, con tanta sed, conquista una batalla quien encuentra un pozo de agua…. y tanto Rommel como el coronel paraguayo, eran zorros que olían las capas subterráneas del fluido. Tenemos para llenar libros con la bravura paraguaya, pero es injusto lo poco que se valora el trabajo cultural, menos ruidoso pero imprescindible para sostener el tejido simbólico que sostiene una nación. Mucha gente notable ya aplaudió el trabajo de Raquel Rojas, de modo que no quiero repetir lo mismo. Entonces, pretenderé abordar mi entusiasmo por la obra, desde otro lugar. Y lo haré por la identidad nacional. Aclaración necesaria: no se trata del “nacionalismo”, que, en nuestros tiempos contemporáneos, se trataría de una verdadera patología, pues es una exageración que discrimina al extranjero, al diferente. No pretendemos esa aberración. Pero hay que despejarlo, pues una confusión nos puede llevar a todo tipo de fundamentalismos, de adscripción a líderes mesiánicos o despóticos. Además, evitar subordinaciones a los ególatras y tiranos de toda laya, y también concluir que no vale la pena destruir a un semejante por ello, llevado por el discurso de un demagogo, una ideología totalitaria o por un mandato de nuestro ego narcisista. Esclarecido esto, volvamos a la obra de Raquel. Me cupo el placer de disfrutar obras suyas, como Facunda, Flores en Punta Carapá, Madame Lynch y López, El galpón. En todas sus obras sobrevuela una ética ciudadana encomiable y en las tres primeras citadas, una zambullida en su paraguayidad, calienta los ánimos, calor que también siento hojeando su álbum de Aty Ñe´e. ¿Y qué es “paraguayidad” y por qué es valioso cultivarla? Ya les anuncié que tomaría desde este sesgo porque excelentes plumas se expidieron sobre otros valores de esta obra. La identidad nacional es inmensamente importante psicológicamente: sedimentada en el hogar infantil, la escuela primaria y secundaria, el ejercicio cívico y laboral… Es un cimiento fundamental para tener confianza en nosotros mismos. Elegimos la definición de “nacionalidad”, del filósofo francés Ernest Renan (1823 - 1892), para quien “el elemento principal para designar a los individuos pertenecientes a cierta nación, es que ellos se reconozcan en una historia feliz o trágica de la que dicen provenir y se identifiquen con ella, amén de que elijan y disfruten vivir con un estilo más o menos común”. Notemos, desde Renán, la importancia de los relatos sobre el hecho realmente acontecido, pues es lo que creemos saber de nosotros mismos lo que edifica subjetividades.

Rebobinando: la identidad patria es muy necesaria para crear valores, fervores y anhelos, pues no es posible la realización de ningún ideal social si es que no estamos inspirados por una mística compartida.

Su falta nos traería severo empobrecimiento de las relaciones colectivas, debido a su importancia para generar empatías, cohesiones y mancomunar ideales para luchas nacionales varias. tales como comerciales, deportivas, de sanidad, etc.

Cuando, por alguna razón, peligra la nacionalidad, la gente se enardece por defenderla, aunque más no sea defenderla en una cancha de fútbol y es muy grave esta desconfianza que difunde la prensa sobre toda autoridad pública (alguna gente buena habrá), pues ante tanto mal ejemplo, la gente se desentiende hasta de sus responsabilidades ciudadanas.

IMPORTANCIA DEL TEATRO

Una base sólida paraguaya es necesaria si queremos ser también ciudadanos del mundo. Es imprescindible en estos tiempos de globalización, en que la gente se muda de un sitio a otro, sin raíz identitaria alguna. El desarraigo puede producir síndrome de la dispersión de identidad en individuos que absorbieron identificaciones caóticas. Entonces, se comportan como “tilingos”. Gente light que pareciera no tener fundamento que la sostenga en un centro de gravedad y cambian de conducta sin coherencia alguna durante los avatares de su vida.

Por eso es tan importante el teatro: si conocemos los códigos de una comunidad, si conocemos por qué suspira la costurerita, si qué razones les hacen reír y cuáles otras llorar a los mozalbetes; si descubrimos por qué los hombres son capaces de morir o de matar o de amar, nos identificamos con ellos y los entendemos y somos ya como ellos.

Es necesario que ahondemos en los connacionales que nos construyeron la Patria y difundirlos para amonedar la identidad nacional, al igual que en Argentina se difunde a Sarmiento, o en Francia a Balzac, de Martí en Cuba u obras paraguayas como la de esta fundadora de Aty Ñe’ê, y gran directora de nuestro teatro hoy en día. Ahora más que nunca.

Vivimos momentos gravísimos, en que la gente cree que los gringos tienen mejor pedigree que nosotros y por esa razón, dejamos entrar en nuestras fronteras cualquier mercancía, sea de plástico, sean robots para reemplazar a nuestros trabajadores, sean ideologías conspiranoicas, o cualquier producto que se produce para su utilidad transitoria, a fin de desecharlo y comprar un nuevo artículo, con lo cual llenamos el mundo de basura.

Ya Freud nos advirtió: “La humanidad morirá por sus propios detritus”. Hemos visto también que, en la medida en que sigamos destruyendo el ecosistema, tendremos peores pandemias, ante una naturaleza que agotada que ya no nos protege más. Por eso debemos crear una “conciencia crítica paraguaya”, para seleccionar qué vamos a dejar entrar por nuestras fronteras y qué rechazarlas.

Sabemos además que el ayer llamado Primer Mundo se está hundiendo de modo irreversible, por una sociedad de consumo que busca la “satisfacción ya” y con ello, destruyendo todos los valores de esfuerzo, sacrificio, estructura de demora, frugalidad, estoicismo, que hicieron grande alguna vez a Occidente.

Y si es inevitable porque, por la tecnología, no podemos parar la entrada de la prensa de todas partes del planeta, por lo menos, crear una conciencia ciudadana que tenga una cultura tal, que sirviese de mecanismo de defensa ante tanta invasión caótica mediática y mercantil. Es otro motivo más para celebrar la obra de Raquel Rojas que trabaja en tal sentido por la identidad nacional, con creatividad y belleza.

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