Por Andrés Colmán Gutiérrez
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La noche es fría, oscura y misteriosa, en medio de la agreste serranía de Altos.
Sopla un viento helado desde el Sur, pero en la “cancha kora”, en el centro de la pequeña comunidad rural de Itaguazú, hay una gran hoguera que ilumina los rostros sonrientes y calienta por igual el cuerpo y el alma.
Es la noche del 28 de junio, la festividad de los patronos San Pedro y San Pablo. En medio de la cancha, las mujeres del pueblo se desafían unas a otras con las antorchas de paja o kapi’i encendidas, en el antiguo juego de la “rúa”, al son de alegres polcas.
De pronto, un ulular primitivo y gutural crece desde alguna parte. Figuras fantasmagóricas emergen de las sombras. Personajes grotescos y casi vegetales, con el cuerpo cubierto por hojas secas de banano y máscaras de tela o madera de timbó, que representan a animales, duendes y criaturas oníricas.
–¡Cháke guaikuru...!
Las mujeres gritan de miedo, excitación o gozo, al sentir que los enmascarados saltan a perseguirlas. Tratan de contenerlos con el fuego, pero ante la inutilidad de la defensa echan a correr por la cancha, perseguidas tenazmente, hasta que son atrapadas al vuelo y arrastradas brevemente hacia algún rincón oscuro.
Hace tres siglos o más, en esta misma región, esta era terriblemente real, cuando los feroces e irreductibles indios guaikuru (mbaya y payagua) atacaban a los tava-pueblos de Altos, Atyrá o Tobatí, asesinaban a los pobladores, quemaban la edificación y raptaban a las mujeres.
De esos trágicos episodios hoy solo quedan estas recreaciones pintorescas, sensuales, humorísticas. Es la vida que se ríe de la muerte y la convierte en folclore, fiesta, tradición.
lo auténtico. Itaguazú queda a poco más de una hora de viaje desde Asunción. Un camino de tierra de 3 kilómetros lleva desde la entrada de Altos hasta este lugar todavía apartado de la civilización de plástico y el vértigo de la carretera.
Cada año, desde mediados de mayo, varias comisiones de pobladores se ponen en marcha para organizar la fiesta de los santos patronos. Hay una “comisión guaikuru”, que se encarga de vestir y adiestrar a unos treinta jóvenes campesinos que encarnarán a las míticas criaturas, y una “comisión kamba ra’anga”, que hace lo mismo con otra treintena de voluntarios.
A ello se suman la comisión de damas, la comisión de jóvenes y la comisión pro oratorio, que se encargan de organizar los cultos religiosos y rituales, el servicio de cantina y los espectáculos tradicionales.
“Todos trabajamos juntos, por igual. Hay mucha participación, nadie se queda atrás. El día 29 ofrecemos un karu guasu, una gran tallarinada a toda la gente, en honor de los santos patronos. No hay panchos ni hamburguesas, solo comidas típicas bien paraguayas”, dice Elsa de Pérez, presidenta de la comisión de mujeres.
Tampoco hay reguetón ni cachaca. Solo polca y música de banda koygua.
El jefe de los kamba
Alcides Candia es líder de la “comisión kamba ra’anga” de Itaguazú. Hijo del recordado tallador de máscaras Prisciliano Candia, ya fallecido, quien fue el alma de las fiestas en otra comunidad, Yvu-Altos se muestra decidido a continuar trabajando “para que no muera esta valiosa tradición cultural, que mi papá tanto insistió en preservar”.
Dos personajes folclóricos que se originan en la época de la Independencia
La sombra tenebrosa del guaikuru
En “Las fiestas de Yvu-Altos” (Fondec, 2003), Regina Kretschner destaca que los guaikuru eran antepasados de los indios Toba-Qom, “rebeldes ante las políticas de colonización, que se negaron a someterse al dominio español”. Fueron una constante amenaza para los pueblos coloniales de las cordilleras. “Atacaban con una táctica guerrillera, sorprendiendo a los pobladores y guarniciones. Robaban caballos, armas, ropas, artefactos y tomaban a los pobladores como prisioneros”, dice Kretschner. Las recreaciones se incorporaron a las fiestas antes de la Guerra de 1864-1870.
Un kamba ra’anga que se reinventa
Al contrario de los guaikuru, que conservan un estilo más tradicional, los kamba ra’anga incorporan más elementos modernos a sus representaciones. Kretschner dice que sus orígenes se asocian tanto a los soldados brasileños negros (kamba) que atacaron durante la Guerra contra la Triple Alianza, como con las máscaras de los indios guaraní-chiriguanos, o como una herencia cultural traída del África por los ex esclavos negros, pero no existen fundamentos sólidos para confirmar ninguna de estas tres hipótesis. “Sus orígenes se pierden en el tiempo”, asegura.