La semana pasada, Dende hizo una revisión de su estimación de crecimiento del producto interno bruto de nuestro país para este año, bajando la misma del 3 por ciento inicial a apenas el 1,9 por ciento.
La causa de esta reducción tan importante se encuentra en una serie de factores adversos que golpearon fuertemente a nuestra economía en este primer cuatrimestre: la sequía redujo la producción de la soja y la generación de energía, la crisis económica de la Argentina y del Brasil hicieron que disminuya el comercio en las ciudades fronterizas y en Asunción, y, para empeorar aún más las cosas, la inundación afectó duramente a varias zonas del país. Una tormenta perfecta. Todos los males vinieron juntos.
Pero todos estos factores mencionados anteriormente –sequía, inundación, países vecinos en crisis– no son controlables por nosotros. Lo único que podemos controlar es nuestra actitud antes estas circunstancias.
Y aquí es donde viene mi gran preocupación. Desde hace unos meses se ha venido instalando la idea de que el país se encuentra en crisis y que el Gobierno no hace nada al respecto.
Esta sensación de que estamos mal hace que hoy reine un ambiente de pesimismo y de temor por el futuro en amplios sectores de nuestra sociedad y deriva en que las personas y las empresas paralicen sus inversiones y disminuyan sus gastos generando una caída de la economía aún mayor.
Está muy estudiado cómo algunos comportamientos que pueden ser lógicos individualmente, pueden convertirse en una locura colectiva si todos hacen lo mismo… y en este caso es así.
Por eso en medio de la gran depresión de 1929 en los Estados Unidos, el entonces presidente Franklin Delano Roosevelt pronunció la famosa frase: “En estas circunstancias a lo único que hay que temer es a tener miedo”.
Hoy en el Paraguay se está instalando ese ambiente de pesimismo y de temor que puede convertirse en una locura colectiva si todos nos paralizamos.
El Gobierno puede ayudar a mejorar la situación, acelerando la ejecución de las obras públicas, pero tenemos que ser realistas de que el impacto de estas inversiones en la economía en su conjunto va a ser mínimo.
Lo que sí puede y debe hacer el Gobierno y específicamente el presidente es liderar un proceso de cambio de expectativas de la población. Mostrando que es normal que una economía tan dependiente del clima y tan vulnerable a los vaivenes de nuestros vecinos tendrá indefectiblemente una gran volatilidad, es decir podrá bajar y subir fuertemente conforme se muevan esos factores.
Nos pasó en el año 2009, cuando una sequía hizo que el producto interno bruto tuviera un crecimiento negativo del 4 por ciento, pero en el año 2010, con una buena lluvia crecimos el 13,1 por ciento; nos pasó en el 2012, donde por los mismo motivos caímos un 1,2 por ciento, pero en el 2013 crecimos un 14 por ciento.
Según las estimaciones de Dende, este año vamos a crecer solamente el 1,9 por ciento… pero vamos a crecer… y el año que viene, si tenemos un clima normal, vamos a rebotar al 4,7 por ciento.
No estamos en crisis como sí están nuestros vecinos: vamos a crecer económicamente, tenemos altas reservas internacionales para administrar la cotización del dólar, la inflación se encuentra dentro de la meta fijada por el Banco Central, el Presupuesto de la Nación se encuentra con un déficit dentro del límite de la Ley de Responsabilidad Fiscal, nuestro endeudamiento es bajo y tenemos acceso al financiamiento del mercado internacional a buenas tasas de interés.
Necesitamos el liderazgo presidencial para transmitir optimismo en un año difícil, pero con la certeza de que tenemos todas las condiciones para tener un mejor año en el 2020.
Recordemos siempre: solo debemos tener miedo a tener miedo.