18 abr. 2024

Vidalia Sánchez: La señora de los 1.000 títulos

Vida y Vidalia Sánchez tienen algo más en común que un parecido fonético en sus nombres. La revista y la propietaria de Servilibro, la editorial más prolífica del país, celebran este año sus 1.000 títulos, casi una hazaña para un mercado editorial pequeño como el nuestro. Café de por medio, charlamos con la mujer que hace posible que los paraguayos leamos a más paraguayos.

Fotos: Javier Valdez

Pertenece a la generación que se llama por el almanaque de Bristol. Le tocó en suerte Vidalia, por nacer un 14 de febrero, y Petrona, por su abuela. Ella se muestra agradecida con sus padres por esa selección, ya que “si me hubiesen puesto el clásico de esa fecha, Valentina (por San Valentín), tendría que haber hecho honor a ese nombre”, cuenta entre risas una mujer que, a sus 64 años, se declara “sin suerte en el amor”, pero feliz con su hijo Matías, de 22 años, la razón de su vida y su mano derecha en el trabajo.

Vidalia Petrona Sánchez Gómez siempre se sintió cautiv


ada por los libros, tanto que en ellos divisaba su futuro. El exilio de su familia en la Argentina durante su infancia y la nostalgia de sus padres por el país que los vio nacer, la acercaron a los libros de historia del Paraguay que le leía Ramón, su padre; y a los cuentos que seleccionaba su madre, Amalia. “Fui la séptima hija; luego de seis varones vine a romper con el mito del Luisón”, apunta con humor, mientras endulza su primer café con leche de la mañana.

Estamos en una cafetería céntrica. Ella, silenciando a su celular que suena con insistencia; Vida, encendiendo la grabadora. Y en ese mismo instante, sumergidas ambas en nuestros menesteres tecnológicos, escuchamos una voz: "¿Usted es la famosa Vidalia?”, consulta una mujer con un libro en la mano. Y “la famosa” suelta una carcajada antes de saludarla. "¿Se conocen?”, es la pregunta más tarde. “La verdad, no”, responde algo sorprendida.

Vidalia no es de las que van por la vida captando la atención del público y firmando autógrafos, pero en su mundo, en ese pequeño mundo de las letras paraguayas, se ha hecho de cierta fama. Estudió Bibliotecología y se dedicó a vender libros y cuadros puerta a puerta hasta convertirse en la propietaria de la editorial Servilibro, con la que celebra este año –al igual que esta revista– sus 1.000 títulos. La editorial es la más prolífica en el país, tiene un fuerte apego por las obras de autores nacionales y resulta un buen negocio, según reconoce su propia directora.

Nada lo ha conseguido gratis. Tiene varias décadas de trabajo detrás de los libros, impulsando obras, autores y lectores. Fue asistente de Juan Bautista Rivarola Matto, en la editorial NAPA, con quien aprendió el oficio de la edición de libros paraguayos. También le tocó gerenciar el proyecto cultural Expo Libro. Ocupó más tarde, de 2008 a 2010, el cargo de presidenta de la Cámara Paraguaya de Editores, Libreros y Asociados (Capel), y sigue siendo una entusiasta organizadora de la Feria del Libro, que lleva 23 años de actividad. La más reciente, en junio de 2017, “creció en un 30%, llegamos a 104 stands y 55 expositores”, dice con orgullo, tras un sorbito de su café.

—¿Cómo hiciste del libro un negocio?
—Al poco tiempo de volver al Paraguay, mi papá falleció y tuvimos que salir todos a trabajar. Tenía alrededor de 19 años y recuerdo que en ese momento había demanda de vendedores. Entonces busqué algo relacionado con los libros, porque era lo que me gustaba. Visitaba oficinas y casas, ofreciendo ediciones a crédito. Las primeras obras nacionales que vendí fueron de la librería Comuneros, cuyo dueño era Ricardo Rolón. Me fue bastante bien, hasta pude comprarme un Citroën Ami 8, que siempre iba cargado de libros. Andaba de aquí para allá con un bolso de cuero lleno de obras... hasta ahora siento las consecuencias de haber llevado tanto peso en el hombro.

—¿Cuándo surgió Servilibro?

—Los libros nacionales me dieron mucha suerte, había muy pocas obras locales y me di cuenta de que eran una necesidad. Me acerqué, entonces, a Rafael Peroni, cuya editorial RP publicaba libros paraguayos. Fue uno de los que me impulsaron a publicar. Él, junto con el padre José Antonio Rubio y otros propietarios de librerías, formaron la Cámara Paraguaya del Libro. En 1991, gracias a un convenio entre la Municipalidad de Asunción y la Cámara, se instalaron los espacios que hoy se encuentran en la Plaza Uruguaya. Querían un lugar para las obras nacionales y me contrataron para gerenciarlo. Así comencé a trabajar como librera en Expo Libro SRL, que era la sociedad de todos ellos, aunque en 2000 decidieron cerrarla. Al año siguiente adquirí el espacio y los materiales que correspondían a Peroni y el padre Rubio, incluso Peroni me ofreció toda su editorial RP, porque él quería retirarse del rubro. Heredé, entonces, los libros de Elvio Romero, Roa Bastos, Raquel Saguier, Helio Vera... y seguí con esa tarea, pero bajo el sello editorial Servilibro, que nació en 1995, en México y Teniente Fariña, y desde el 2001 se trasladó a la Plaza Uruguaya, donde continúa hasta hoy.

—¿Cómo se sostiene una editorial en un país donde se lee tan poco?

—Rubio y Peroni me enseñaron a calcular los gastos y cómo administrar. Yo siempre he vendido casi todo lo que publiqué, y si un libro no sale muy bien, lo vendo al costo, porque al paraguayo le gustan mucho los descuentos. Mi fórmula fue atropellar el mercado; intuitivamente veía lo que faltaba e iba apostando. Siempre tuve la suerte de contar con el apoyo de la prensa y de los escritores para la promoción. Invierto poco dinero en promociones, solo hago regalos a periodistas, lectores y referentes. En cada lanzamiento obsequio de 50 a 60 libros.

—¿Cuál es el libro más vendido en el país?

—Puedo citar tres: Tembi’u Paraguay, de Josefina Velilla de Aquino; En busca del hueso perdido, de Helio Vera; y Yo el Supremo, de Augusto Roa Bastos. Tembi’u lleva 23 ediciones de 1.000 ejemplares cada una; El hueso... tiene vendidas 16.000 unidades, y Yo el Supremo está por la edición siete (7.000). Estamos hablando de libros que permanentemente reimprimimos y que se venden solo en Paraguay, porque nuestra presencia en el extranjero todavía es muy tímida. Pero hay obras más nuevas, como El peluquero francés, de Guido Rodríguez Alcalá, presentada en 2008, que en dos años logró cinco ediciones de 1.000 ejemplares cada una. Eso fue un boom en su momento.

—¿Cuál es tu título favorito?
—Noooo... se van a enojar los escritores si respondo eso. Pero puedo decir que una obra que me marcó fue El Principito, no solo por su historia sino también porque era el libro que me leía mi mamá.

—¿Sos lectora?

—Me gusta la lectura, pero la gente cree que yo leo todos los libros que publico, lo cual no es cierto. Hay temas que me atraen. Como viví mucho tiempo fuera del país, me encanta su historia, pues papá siempre nos leía y nos hablaba del Paraguay. Mamá también nos contaba muchos cuentos. Entonces, me gustan los cuentos y la historia.

—¿Hay futuro para los libros paraguayos?
—El libro paraguayo goza de buena salud, lo que falta es una alianza público-privada para que la promoción de la lectura avance más rápido. Nosotros lo hacemos todo a puro pulmón. La reciente Feria del Libro, por ejemplo, nos costó G. 300 millones, que pagó íntegramente el sector privado. No hay más apoyo público que la presencia de algunas autoridades en la feria. Y lo que pedimos no es necesariamente un aporte económico. Faltaría, por ejemplo, una circular del Ministerio de Educación dirigida a los colegios para promover la visita de maestros y estudiantes, que encima tiene entrada gratuita. Nuestro objetivo es que el público conozca las obras nacionales, que los profesores de los colegios se hagan lectores, porque muchísimos no lo son, ¿cómo van a estimular a los alumnos a leer si ellos mismos no leen?

—¿El presidente Cartes visitó esta Feria del Libro?

—Él no, pero estuvo su representante, el ministro (Enrique) Riera. En los 23 años que llevamos haciendo la feria, siempre hemos invitado a todos los presidentes del Paraguay con una carta formal, pero solo dos de ellos asistieron: Juan Carlos Wasmosy y Fernando Lugo. En otros países del mundo, sin embargo, los mandatarios agendan su asistencia a la feria del libro.

—Tuviste la oportunidad de conocer a grandes escritores, ¿a quiénes recordás?
—Me tocó acompañar muy de cerca al escritor argentino Ernesto Sabato, en sus dos visitas a Paraguay. Recuerdo que durante la Feria del Libro de 1998 tuve que ir a buscarlo al aeropuerto y no tenía más opción que trasladarlo en mi viejo Ford Escort, sin aire acondicionado. Pero mientras desembarcaba apareció, Juan José Camero, por ese entonces agregado cultural de la Embajada argentina, que se acercó a darle la bienvenida y a ofrecer llevarlo hasta su hotel. Camero tenía un cochazo y yo pensaba que se iría con él, pero me quise morir cuando el maestro le dijo que no hacía falta, que no me podían hacer eso a mí, que había ido a buscarlos. Así que nos fuimos en mi Ford Escort, con mucho calor... ni el levantavidrios funcionaba bien.

—¿Qué hizo Sabato fuera de su agenda oficial?
—Quería ir al interior y lo llevamos a San Bernardino, Areguá y Caacupé. También me pidió reunirse con estudiantes y visitar el Mercado 4. De allí tengo una anécdota, porque mientras estábamos recorriendo el mercado se acercó un muchacho de uno de los puestos, que seguramente lo había visto en la prensa en esos días, y dijo fuerte: “Péa ha’e Sabató”. El maestro lo escuchó y después me preguntó qué había dicho. “Dijo en guaraní: ‘Es el señor Sabato’”, le respondí. El escritor se puso contento y les comentó a todos que ahora ya sabía cómo se decía su apellido en guaraní: Sabató (risas).

—¿Es cierto que es padrino de tu hijo?
—Sí, pasa que Sabato tenía una fundación que sigue trabajando pese a que ya falleció. Él apadrinaba a chicos de la Argentina para costear sus estudios, y cuando conoció a Matías, le dijo que quería que fuera su ahijado. Yo no acepté, porque podía pagar la educación de mi hijo, pero quedó esa distinción tan linda. Con Matías fuimos a visitarlo a su casa meses antes de su muerte. Ya estaba enfermo, en cama, y la persona que nos recibió nos advirtió que ya no atendía a nadie, que los mismísimos Kirchner habían ido y no pudieron verlo. Pero a nosotros nos abrió las puertas y yo le dije que estaba muy agradecida, que sabía que ni a los Kirchner había podido atender. Para mi sorpresa, él me respondió: “Pero dígame, Vidalia, ¡qué tengo yo que hablar con ellos!”.

—Y con un escritor como Roa, ¿de qué hablabas?

—Con Roa trabajé un buen tiempo. Creamos en 2003 una biblioteca infanto-juvenil llamada Festilibro, en la que él seleccionó cuentos, novelas y obras de teatro de distintos autores nacionales para niños y jóvenes, con una guía didáctica. Publicamos eso en siete volúmenes y tuvo mucho éxito. Él era muy cálido, amable, seductor. Solía decirme que le gustaba que Servilibro hiciera ediciones económicas que se pudieran comprar. Para él era importante eso, que la gente pudiera acceder a los libros.
Le gustaba tomar un buen vino tinto y yo siempre le llevaba de regalo una botellita. Tengo enmarcado un artículo que él escribió en el diario Noticias en abril de 2004, en el que hablaba de mi trabajo como editora. Creo que ese fue mi Nobel, porque ahí decía Roa que le parecía tan bueno que una editorial paraguaya ya llevara publicados 45 títulos. ¡Si pudiera ver que ahora tenemos 1.000!

—¿Cómo conseguiste los derechos de publicación de Roa para Paraguay?

—Tras su fallecimiento, tuve la oportunidad de mostrarle a su hija, Mirta Roa –que es la administradora de sus derechos autorales–, todo lo que habíamos publicado con su padre y cómo nos habíamos manejado. Entonces, ella le confió a Servilibro esa responsabilidad en Paraguay (en el resto del mundo la encargada es la Agencia Balcells, de España). Tuve un buen maestro, Rafael Peroni, quien me recomendó hacer siempre buena letra con los escritores y sus herederos. “Mientras vos les comuniques que vas a reimprimir y pagues lo que corresponde, jamás vas a tener problemas”, me aconsejó. Y hasta hoy sigo al pie de la letra esa enseñanza, que creo me favoreció. Yo pago a los escritores, incluso por adelantado; administrativamente me resulta más práctico.

— Y ahora que llegás a los 1.000 títulos, ¿qué vas a hacer?

—Quiero ir delegando más tareas en mi hijo, para dedicarme a hacer cosas que me gustan, como viajar, pero tampoco me hago la idea de no trabajar. Tengo ganas de comprar un colectivo, llenarlo de libros –como si fuera una biblioteca–, contratar a un chofer y a una vendedora, y hacer ferias en el interior. Yo llevaré mi mate o mi tereré, y saldré con ellos a recorrer el país.

—Hace un rato, una desconocida te preguntó si eras la famosa Vidalia, ¿te hiciste de buena fama en este rubro?
—Es que estoy siempre metida con los libros, me conocen todos y me llaman. Creo que también hay un interés mayor de la prensa y la ciudadanía en promocionar el libro, y como yo ayudo a eso, recurren a mí... no va a ser por mi linda cara (risas). Además, tengo suerte con los escritores. En la reciente feria visitaron mi stand, por iniciativa propia, el nicaragüense Sergio Ramírez y el argentino Mempo Giardinelli. Con este último, vamos a publicar una obra sobre la promoción de la lectura, ya que él tiene un proyecto que es muy importante que se haga en Paraguay. Yo digo suerte, pero a lo mejor es el resultado del trabajo que uno hace, y ese reconocimiento que me dan los autores y el público me lleva a seguir, a dedicarme con tanto amor a esta tarea.