A metros de la entrada principal de la Empresa de Servicios Sanitarios del Paraguay (Essap), el agua sale a borbotones del medidor, ante la mirada indiferente de funcionarios y técnicos de la entidad, así como de la impotencia y acostumbramiento de los transeúntes. El caso se repite en cientos de calles de la capital, sin que la entidad responsable sea capaz de aplicar solución alguna. Sin dudas, no habrá un solo asunceno o visitante de la ciudad que a diario no sea testigo de este derroche y la destrucción de calles que produce, resultado de la ineficiencia e incapacidad de esta empresa estatal; de lejos una de las más desfasadas y abandonadas del país.
Según fuentes internas, se recibe un promedio de 70 a 80 denuncias diarias por pérdidas debido a caños rotos, de las cuales solo un 30% recibe atención de parte de la veintena de cuadrillas que la entidad destina para esta tarea.
Datos técnicos de la entidad indican que en Asunción se desperdicia el 40% del vital líquido bombeado por la Essap, lo que supera los estándares internacionales que establecen hasta un máximo de 30%.
En una entrevista publicada por ÚH, en 2007, el presidente de la aguatera de aquel entonces, Ing. Manuel López Cano, indicaba que el monto exacto de pérdida –en ese momento– orillaba el 38 por ciento, lo que significaba unos 140 millones de litros diarios perdidos en la vía pública a través de los caños rotos. Un panorama preocupante, considerando que hablamos de datos de hace 10 años, periodo en el cual tampoco se ejecutaron proyectos ni inversiones de envergadura para solucionar esta problemática.
El hecho es grave, aunque no lo parezca, pues estamos desperdiciando y despreciando un patrimonio universal, vital para la sobrevivencia del ser humano, su alimentación y salud; un bien que en la actualidad –por más que en Paraguay no se tome conciencia de ello– es más preciado que el petróleo en el mundo, incluso, motivo de enfrentamientos bélicos.
En cualquier país medianamente serio, una empresa estatal que administra un bien estratégico, como lo es el agua, ya debería ser intervenida, considerando los resultados que ofrece. En tanto, las interrogantes quedan latentes: ¿Por qué la Essap no es capaz de gestionar la obtención de recursos para el cambio de las antiguas cañerías, o por los menos, organizarse adecuadamente para cumplir con las reparaciones y evitar tanto desperdicio? ¿Por qué el Gobierno deja que siga esta ineficiente administración?
Según versiones extraoficiales, muchos de los caños rotos incluso fueron instalados recientemente (de entre 3 y 5 años); un hecho que debería ser investigado por un órgano competente, mediante una intervención, para así despejar el manto de duda sobre un posible negociado con la compra de productos de mala calidad.
A esta altura, quizás la vergüenza de la Essap ya no sean solo los caños rotos y el pésimo sistema de reparación, sino la incapacidad de asumir la situación con la seriedad y la gravedad que requieren, pues el sistema está colapsado y vencido. Una incapacidad que hasta al Gobierno parece no preocuparle demasiado.