@PattyLeonor
“Físicamente quedé igual” (1). “Soy otra, la enfermedad me cambió totalmente y fue para bien” (2). “Sufrí mucho porque quedé con secuelas” (3). Tres experiencias detrás de una misma enfermedad: la lepra.
Hoy, Día Mundial de la Lucha contra la Lepra, ya recuperados, Mathías Duck, de 37 años; Ana Rosa López, de 31, y Felicita Bogado, de 49, dicen que desean cambiar la realidad que pesa sobre los enfermos de lepra que atraviesan el rechazo y abandono de su entorno.
Culpan a la falta de información sobre la posibilidad de recuperación que existe si se llega a un diagnóstico temprano y con un tratamiento adecuado que es fundamental para no quedar con secuelas. Este es el caso de Felicita que luego del primero de los cinco embarazos que tuvo empezó a manifestarse en ella la picazón en la piel, seguido de un largo recorrido con médicos que no llegaron a un diagnóstico temprano para la mujer, 29 años atrás. Quedó con heridas que no sanan en los pies lo que no impide que realice sus tareas y tenga ganas de ayudar.
De los tres, Felicita sorteó la peor parte de la enfermedad: el rechazo. “Mi familia me apoyó en todo momento, pero en el barrio cuando se enteraron, una vecina quiso que me encierren en el fondo del patio de la casa y me tiren la comida desde lejos. Años después me pidió disculpas, pero pasa y es triste”, recordó la mujer.
El rechazo se extendió hasta sus hijos en la escuela y hasta en el ámbito laboral. Una de sus hijas no fue aceptada para un puesto de trabajo en un reconocido banco cuando se supo que su madre padeció lepra años atrás. “Me fui a hablar con ellos para explicarles. Es increíble cómo una persona que ocupa un puesto importante en una empresa como esa no sepa nada, no tenga información. Lo mismo hice en la escuela donde los padres quisieron que mi hija deje de estudiar allí. Eso sí se solucionó y todos entendieron bien la situación”, relató.
Para Ana Paula, todo empezó ocho años atrás cuando aparecieron unas manchitas rojas que quemaban, luego vino la hinchazón de la cara y del cuerpo. Era la reacción de su cuerpo al bacilo de Hansen o lepra y a partir de allí inició un tratamiento en el Hospital Menonita km 81, luego de pasar por una serie de estudios y chequeos en otro centro asistencial. “A partir del diagnóstico cambiaron muchas cosas. Nunca me rechazaron, pero el trato era distinto conmigo, todos sabían en la facultad, en mi casa y en mi iglesia. El cambio fue para bien no para mal, sirvió para saber qué gente me quería y con quiénes podía contar. Era la pregunta: ¿por qué vos? Y lo que yo podía decirles es que el virus se insertó en mi cuerpo y se quedó, y hoy estoy bien sin secuelas”, dijo la joven, hoy licenciada en Administración de Empresas y catequista.
Grupo de apoyo. Ella, al igual que Mathías y Felicita, quiere derribar los preconceptos sobre la enfermedad para que ninguna persona sea rechazada y encaminan la conformación de un grupo de apoyo a enfermos de lepra. “Cuando se descubre debe ser rápido el tratamiento, la gente confunde con alergia y toma analer; sin embargo, puede ser la manifestación de la enfermedad. Muchos no aceptan la enfermedad, no se tratan y pasa el tiempo”, lamentó. El diagnóstico y el tratamiento precoz es clave en la mayoría de las enfermedades, ejemplifica Mathías que en el 2010 entró a trabajar en el Hospital Menonita y 10 meses después sintió hormigueo en las manos por dos semanas seguidas. Entró en sospecha porque ya sabía de la enfermedad, buscó ayuda, la obtuvo y con seis meses de tratamiento tuvo el alta. “Hay personas que pierden la sensibilidad en gran parte de su cuerpo, se lesionan y no se dan cuenta. Yo no tuve nada de eso, gracias a Dios, recibí ayuda en el momento y lugar correctos y tuve el apoyo de mi familia”, indicó.