El aeropuerto más importante del país fue inaugurado en 1980, con el nombre de Alfredo Stroessner. Caída su dictadura, fue redenominado Silvio Pettirossi, en homenaje al legendario aviador que también nombró a la autopista que conduce a la terminal aérea y que a fines de la década de 1970 cortó en dos mitades la parte luqueña de Campo Grande. Treinta y siete años después de su apertura, Horacio Cartes ve cómo se desmorona su proyecto estrella de alianza público-privada.
Desde hace casi dos décadas, todos los días viajo por la autopista, de Luque hacia Asunción. Creo que hay una continuidad narrativa en el trayecto que va desde el aeropuerto (cuya modernización y explotación el Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones concedió y luego suspendió a la empresa española Sacyr, que también fue adjudicada para construir y operar las “rutas de la soja”, las 2 y 7), pasa por los recientemente estrenados viaducto, túnel y rotonda de la avenida Madame Lynch (que otra empresa española, Isolux Corsán, construyó rodeada de denuncias), y llega al denominado “eje corporativo” de Asunción, sobre la avenida Aviadores del Chaco. Se me antoja que este es el paisaje y la historia visual que Horacio Cartes quiere mostrar con orgullo a los ejecutivos extranjeros que llegan al país con el mejor “clima de negocios” de América del Sur, según un estudio del 2014 de la Fundación Getulio Vargas del Brasil, el país que mayores negocios hace con Paraguay.
Un comentarista de las redes sociales escribió en aquellos días en que se hizo pública la investigación: “Es increíble cómo nos ven de afuera, pero la realidad es totalmente otra, la situación económica del país estaría mejor si los precios de la canasta básica estuviesen igual que en Clorinda” (ABC, 22 de agosto de 2014). Me parece que de esa manera increíble es que Cartes y la continuidad de su proyecto en Santiago Peña quieren que nos vean los ejecutivos que entran a Asunción por su arteria más llena de edificios corporativos, shoppings, hoteles y departamentos que nadie habita. Que vean un “clima de negocios” desde que comienza Asunción. Con el aeropuerto moderno y semiprivatizado, entre otras cosas, se busca extender ese clima desde Luque, con su Conmebol y sus autopistas.
Cuando se está por llegar al punto más alto del viaducto de Madame Lynch, lo primero que ve son los cristales relucientes de un edificio de más de quince pisos. Y después otro y otro y otro y otro, cada día parece surgir uno nuevo en barrios cuyos vecinos de añoso arraigo han protestado, se han organizado y, a veces, han litigado contra la erección de esas estructuras y el cambio de su ecosistema social. Nadie los escuchó. Lo mismo sucedió con la nueva autopista Ñu Guasu: su construcción modificó la vida de barrios tradicionales. Todos ellos están cercados hoy por la lógica inhumana de las autopistas que surcan las ciudades y por esa frontera de la ilusión corporativa. Para que Cartes y Peña tengan su relato hecho a medida.