Todo estaba dispuesto para ser un gran éxito. La Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, una de las más importantes del continente, eligió al Paraguay como invitado de honor. Se construyó un colorido pabellón con forma de flor de mburukuja en el centro de la Plaza de la Cultura, donde una sonriente figura del gran Augusto Roa Bastos saluda a los visitantes.
El Ministerio de Cultura de República Dominicana editó dos antologías de narradores y poetas paraguayos, y cursó invitación a más de una veintena de escritores y artistas de nuestro país, a quienes gentilmente cubrió el pasaje y la estadía. Desde meses antes, las editoriales paraguayas proveyeron cerca de 1.800 libros, con unos 700 títulos, como para inundar de volúmenes todo el pabellón guaraní. Pero el diablo metió la cola... y los libros no llegaron a tiempo para la inauguración.
La explicación oficial es que falló la empresa transportadora Van Pack y los libros quedaron varados en la aduana de Panamá. El bochorno se salvó a medias, con el préstamo de textos paraguayos de una biblioteca dominicana, y con el pedido de refuerzos desde Asunción, con un centenar de volúmenes extras que llegaron días después por vía aérea. Finalmente, los 1.800 libros arribaron... ¡cuatro días antes de que acabe la feria!
La anécdota revela lo mucho que aún falta para que el Paraguay exhiba una gestión gubernamental eficiente. Más allá de cuál fue la verdadera razón del atraso, que implicó un papelón internacional, hubo responsabilidad política y administrativa. En plena era de interconexión global, cualquiera puede hacer seguimiento por internet a un cargamento que, en este caso, resultaba esencial que pueda llegar a tiempo. Hubo desidia e ineficiencia, empañando un evento internacional importante para la imagen del país.
Sin embargo, la participación paraguaya en Santo Domingo no se puede medir solo por la limitada disponibilidad de libros, sino también por las intervenciones de los creadores y artistas en talleres, charlas, conferencias, presentaciones, recitales y conciertos, que ha sido numerosa, rica y variada.
Más allá de las reiteradas críticas a la rosca cultural que siempre acapara los viajes, esta vez la delegación fue más múltiple y abierta. Por primera vez, los creadores del cómic paraguayo tuvimos espacio en una feria internacional. Narradores jóvenes, como Javier Viveros y Sebastián Ocampos, aportaron lo nuevo de la literatura paraguaya y la contadora de cuentos Laura Ferreira sumó el encanto de la narración oral. El maestro Diego Sánchez Haase brindó la excelencia musical, mientras el teatro y la poesía guaraní tuvieron brillo en las obras de Moncho Azuaga, Mario Rubén Álvarez y Susy Delgado.
Con más o menos libros, se plantó una bandera paraguaya en las mismas playas que hace más de cinco siglos vieron llegar a Cristóbal Colón.