Ninguna ocupación ni dictadura puede durar ni reproducirse si no existe un alto nivel de complicidad y complacencia de la sociedad; y la de Stroessner duró casi 35 años. Esta es una verdad que perturba a quienes buceamos en la hedionda historia reciente. Por eso la polémica desatada en torno a la placa de inauguración del dictador, desmontada por estudiantes de una pared en el Colegio Técnico Nacional (CTN), hace 2 semanas, no es casual ni puntual. Refleja en los intersticios de los discursos esgrimidos en contra, una profusa esencia autoritaria que, lejos de diluirse por el paso del tiempo desde la caída del dictador en febrero de 1989, sigue incubándose y con nostalgia pretende -aún sea por la violencia y la amenaza- imponerse y dar coletazos a diestra y siniestra.
En este caso el reclamo lo expusieron algunos padres, que luego influenciaron a sus hijos a obrar en la misma dirección, y de un sector de los exalumnos. Primero acusaron de que se había destruido y sin consulta un patrimonio del colegio, una mentira ya que por ley una placa de esas características no tiene esa condición. Y por recomendación de la Comisión de Verdad y Justicia, creada por ley de la Répública, hay que desmontar todo tipo de homenajes y conmemoraciones al dictador por el daño causado al país. No contentos, amedrentaron, amenazaron con “cagarles” el futuro profesional a quienes sacaron el metal y finalmente en redes sociales destilaron su tirria fascista acusando ideologismos, pertenencias a la izquierda política y anunciando castigos. Después exigieron y empezaron urgente gestión para restituir el bronce. Los variopintos argumentos incluían que la historia no se borra, pero perversamente o por ignorancia omitieron que sí se la puede invisibilizar (como hizo Stroessner) o resignificar, como mínimo.
Asustados y todo, los estudiantes que acometieron la proeza por la memoria, se mantuvieron. Y siguen así, para bien de la sociedad.
La reacción de aquellos sectores -que se extiende a otros tantos- solo refleja nostalgias del stronismo y defensa de un régimen criminal que regó de sangre, muerte y dolor el país y la región (con el Operativo Cóndor) entre 1954 y 1989.
Quienes estudiamos en el CTN bajo la dictadura no podemos olvidar las “bondades” que recibía el colegio y su director para domesticar prometedoras mentes juveniles. Tarea que por lo visto funcionó bien en algunos, muchos, casos. Opinar en disidencia era razón de castigo.
Por eso, la ausencia de aquella placa es hoy un acto de justicia con la humanidad; y con nosotros mismos. Porque como decía el Nobel de literatura, José Saramago: Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos, sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir.