Cada vez que usted vaya a un supermercado, tome un producto con el lema industria paraguaya; sepa que detrás de ese envase de leche, extracto de tomate o jabón de tocador, se hizo un esfuerzo casi heroico para llegar hasta la góndola.
Somos el país que tiene el menor costo operativo para el productor en toda Sudamérica, pero, paradójicamente, estamos en el puesto 99 a nivel mundial, y último en la región en desarrollo industrial.
Desde hace más de dos décadas está vigente la Ley 60/90 del régimen de incentivos fiscales a la inversión y aunque la menor presión impositiva es un factor importante, jamás será suficiente si no acompaña una política de Estado que genere el concepto de parques industriales dotando de infraestructura para producir.
Imagínese hoy, que en pleno siglo XXI, hasta una capital departamental como Fuerte Olimpo, en el lejano Departamento de Alto Paraguay, todavía no se puede llegar desde Asunción a través de una ruta asfaltada. En esta parte del país, la segunda mayor en extensión y probablemente la más olvidada, ni siquiera se registra una sola fábrica.
Cómo esperar que un industrial invierta millones en montaje de fábricas si el Estado ni siquiera brinda conexión eléctrica, red sanitaria, rutas de todo tiempo y mucho menos, desarrollan programas de formación para esta gente.
Sin ir más lejos, en el área metropolitana, donde están concentrados el 30% de los emprendimientos industriales, estos deben pelear mano a mano con productos similares que ingresan de contrabando, sin ningún control sanitario ni tributo aduanero.
Aún así, es admirable que el fabricante paraguayo salga a competir en precio con el del mesitero apostado frente a un semáforo, aunque le obligue a tirar sus precios al suelo.
Pero a nadie parece importar esta injusta realidad; al punto que en la propia vereda de las instituciones que tienen que velar por el pago de los tributos se ofertan artículos ingresados de forma ilegal, que atentan directamente contra esa mano nacional.
Alfredo De Hollanda, un antiguo industrial paraguayo, me decía: “Pasaron 40 años de la historia moderna de la industria paraguaya y seguimos peleando con los mismos enemigos de siempre: el contrabando, la falta de rutas de todo tiempo y la crítica escasez de mano de obra calificada. Samuel, este discurso de la promoción industrial.. es un cuento chino”.
Desde hace años decidí comprar en el súper siempre que existan productos nacionales. Aunque mi aporte parezca insignificante, creo que pequeños actos ayudan a que otro paraguayo como yo, siga teniendo un empleo digno.