El filósofo Manuel Cruz nos recuerda que la historia siempre fue instrumentalizada. Los historiadores eran contratados por los poderosos para construir relatos ajustados a sus conveniencias. Aunque la historia pasó a convertirse en ciencia, no por eso ha dejado de ser víctima de inescrupulosos. El caso paraguayo es un buen ejemplo. Hasta hoy la explicación de nuestro pasado es aderezada por la peor ideología, el nacionalismo.
Ciertamente la historiografía del Paraguay fue forjada por intelectuales de principio del siglo XX que recargaron muchas de sus investigaciones con un nacionalismo que rayaba una gran exageración, pero que era entendible por el contexto donde se desarrollaron. Hoy en día, sin embargo, contamos con más científicos de la historia capaces de juicios más imparciales, que nos cuentan cómo era el Paraguay de antaño nos guste o no, pues esa es la función de toda ciencia.
Pero no creamos que la ciencia de la historia en Paraguay tiene la voz cantante. En todas partes pululan aquellos que se aprovechan de las versiones más populistas para llevar agua a su molino. En las redes sociales, por ejemplo, circulan videos donde personajes de dudosa formación muestran un pasado maravilloso, un Paraguay parecido a la Atlántida, que luego por el infortunio tuvo que naufragar. Uno se pregunta de dónde sacan estos personajes sus datos y relatos para pintar semejante pasado luminoso.
Es tan fácil darse cuenta que estamos frente a tergiversadores de nuestra historia. Sus poses son más bien políticas antes que académicas, pero, lo más importante, no encuentran una sola mácula en el viejo Paraguay de los Francia y los López. Todo, absolutamente todo, era único y el mundo nos envidiaba. Esto convierte en altamente sospechosos a tales divulgadores de la historia.
El error de muchos es creer que contando una bonita historia de nuestro pasado, vamos a ser mejores paraguayos. Esto ya se ha intentado, pues fue el proyecto de muchos de los gobiernos autoritarios que nos subyugaron. Lo que hay que contar es lo que la historia encontró hasta hoy, con luces y sombras, y especialmente las limitaciones mismas de toda reconstrucción histórica. Eso es hacer patria, y no la andanada de mentiras que sirven de propaganda para quien sabe qué intereses.
Un Paraguay poderoso no se construye con historias de hadas. Si la idea es motivar a los paraguayos haciéndoles creer que fuimos obra de gobernantes incorruptibles, honestos y valientes, pues estamos haciendo mal la tarea. Es mejor saber la verdad, justamente para seguir haciendo bien lo que se hizo bien, y no repetir lo que se hizo mal que, por cierto, fue mucho y nos ha ubicado en una posición no muy halagüeña en el ránking de las naciones del mundo.
No somos únicos ni maravillosos, ni tampoco la peor escoria del planeta. Tenemos que aceptar lo que somos, incluyendo nuestra procedencia. Si nos siguen mintiendo tarde o temprano despertaremos de nuestro sueño dogmático y tal maduración será dolorosa. La verdad nos hará libres, no la propaganda nacionalista.