Los industriales, cuya generación de ingresos hacen parte de un poco más del 10% del PIB paraguayo, se quejan frecuentemente de que no tienen la mano de obra calificada para hacer de la economía nacional un éxito sostenible.
Lo dicen al mismo tiempo que reclaman subsidios e incentivos al mismo Estado, al que cuestionan no detener el contrabando o que instituciones como la ANDE no les compren los transformadores de sus empresas. La universidad se lamenta de la mala calidad de los jóvenes que egresan de la secundaria, que están obligados a pagar un par de años de cursillo si desean ingresar a Medicina, Ingeniería, Odontología o Química, sin contar las demás carreras. La madre de la mejor ingresante de Ciencias Médicas fue muy elocuente: “Lo que aprendió mi hija en el colegio no le sirve ni para ser Miss Paraguay”. El Consejo Nacional de Educación Superior se espanta con frecuencia de la mala calidad educativa, a pesar de que muchos de sus miembros hicieron parte de la reforma que implementó la actual ministra de Educación, entre otros. Pero industriales y consejeros le dieron su apoyo incondicional a la ministra de Educación.
Esta introducción casi kafkiana por lo absurdo, sin embargo, pinta de cuerpo entero por qué tenemos una de las peores educaciones del mundo. No nos interesa el tema a nivel nacional y a quienes debería, menos. La cuestión es pasarse la mano en sospechosas complicidades que demuestran cómo seguimos jugando con el recurso más importante del país: la educación. Finalmente, Marta Lafuente puede ser interpelada por el cocido o el agua mineral sobrefacturado, pero su peor herencia es el nivel educativo que tenemos y que no nos permite tener empresarios modernos, competitivos, que crezcan fuera de las complicidades con el Estado y con unos consejeros que lo único que ambicionan es cobrarse unos millones a fin de mes sin ver nada malo en la educación que tenemos.
Cuando se los consulta sobre el tema, esgrimen miles de argumentos, cuando la realidad nos grita que existen alumnos de 6º grado en la capital que no saben leer ni escribir. Para los genios de la reforma, esa es una “cuestión compleja marcada por deficiencias estructurales que han permeado profundamente la epistemología educativa”. ¡Vamos! ¡Basta de sofismas y soliloquios!
Asumamos lo que está mal, rechacemos lo torcido y avieso para hacer del Paraguay un país con futuro soberano.
Hasta ahora lo que vemos es que corporativamente se protegen todos. Médicos con laboratorios, industriales con ministras, consejeros con burocracia, mientras el nivel educativo nacional se hunde diariamente. Esta es la peor de las traiciones hechas a un pueblo.
Los que más saben, los que más necesitan, los que más deberían corresponderse con el cambio son los que más sostienen el statu quo, no entendiendo que las consecuencias de todo esto también las padecerán ellos y sus descendientes.
Algunos son realistas al menos. Una empresaria exitosa, heredera de un imperio, me dijo esta semana: "¿Por qué debo pagar impuestos a un Estado que no existe?”.
Si fuera esta la realidad, ¿por qué seguimos fingiendo que nos importan el país y la educación?