28 mar. 2024

Siria: Sigue el bombardeo

Guido Rodríguez Alcalá

El Paraguay es un país independiente: se basta a sí mismo para destruirse, aunque la tarea hubiera sido más efectiva contando con la cooperación internacional, como sucede en Siria.

En ese infortunado país, el daño causado por la guerra civil y la intervención extranjera es aterrador: 465.000 muertos, 1.000.000 de heridos, 6.300.000 desplazados internos, 4.900.000 viviendo en lugares de difícil acceso y amenazados por el hambre, las enfermedades y el fuego cruzado de los grupos en pugna (informaciones de Al Jazeera).

El conflicto comenzó en marzo del 2011, con una serie de protestas civiles y pacíficas contra el régimen de Basar Al Assad; fue una expresión local de la Primavera Árabe, que tumbó a los tiranos de Egipto y Túnez. Por desgracia, los sirios no pudieron liberarse de Assad, porque se convirtieron en piezas en el ajedrez político de potencias regionales y globales: Rusia, Turquía, Irán, Arabia Saudita, Catar, Estados Unidos; cada cual buscando su propio beneficio, y sin mucho respeto por la soberanía del país ni las vidas de los civiles residentes en él.

La oposición civil fue reprimida sin consideraciones por el dictador, y surgió una oposición armada; en realidad, surgieron varios grupos armados con el apoyo de varios países; aunque estaban contra Assad, no todos estaban con la democracia. El más conocido entre los antidemocráticos es el Estado Islámico, empeñado en tumbar al presidente civil para imponer una tiranía religiosa. Ciertos estrategas occidentales, que habían apoyado a una insurgencia extremista, se dijeron entonces: esto va a ser peor si cae Assad; no se lo puede echar antes de ver cómo reemplazarlo.

La incertidumbre política conduce a la indefinición militar, que no parece resolverse con el bombardeo ordenado por Donald Trump, el 7 de abril pasado. Bombas sobran; lo que falta es una visión clara de lo que se debe hacer, y Trump no parece tenerla. Como señala el Guardian, él ha cambiado de idea cinco veces en dos semanas. Hasta el 30 de marzo pasado, Trump decía que Assad, pese a su violación de los derechos humanos, era un aliado natural contra el Estado Islámico. Días después, como reacción al uso de armas químicas por Assad, Trump ordenó el bombardeo el 7 de abril, como un primer paso hacia el derrocamiento del dictador. Después del bombardeo, el norteamericano dijo que lo inaceptable era el uso de armas químicas; lo demás podría aceptarse. El 9 de abril, nuevo cambio de rumbo: el enemigo es el Estado Islámico, no necesariamente Assad, que podría quedarse en el poder, dependiendo del parecer de Rusia. El 10 de abril, Trump mencionó de nuevo las armas químicas como lo inaceptable.

Si el presidente de la primera potencia mundial interviene, pero no está seguro de lo que quiere hacer, es muy difícil que terminen los sufrimientos del pueblo sirio.

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