Son diversas las críticas que recientemente formularon algunos destacados intelectuales acerca del rol que cumplen las redes sociales en el mundo actual. La más cáustica provino del celebérrimo semiólogo italiano Umberto Eco, cuando las censuró por “darle voz a legiones de idiotas”.
Otra, algo más elaborada por cierto, se dio a conocer días atrás, cuando el diario español El País entrevistó al renombrado sociólogo polaco Zygmunt Bauman, en una nota que publicó bajo el título: “Las redes sociales son una trampa”.
Según el autor de La modernidad líquida, las redes no crean comunidad. “La diferencia entre la comunidad y la red es que tú perteneces a la comunidad, pero la red te pertenece a ti. Puedes añadir amigos y puedes borrarlos, controlas a la gente con la que te relacionas”, señala el pensador europeo.
Yo les añadiría varias otras críticas, entre la más relevante, desde mi punto de vista, que te aíslan de vos mismo, llevándote a instalar en un reino de apariencias, en el que, hipotéticamente todo en tu vida funciona adecuadamente y los temas que atañen a la médula de la existencia quedan fuera de contexto, son impopulares.
Nadie quiere tratar asuntos incómodos, cuestiones que apunten al fondo oscuro de la condición humana. Basta con que los demás –las redes están hechas para mostrarse– sepan que llevamos una vida ideal y placentera. En suma, ficticia.
Este es, probablemente, uno de los cuestionamientos centrales. Basta observar la inconveniente situación en la que se han visto involucrados docenas de funcionarios públicos venales –pescados por periodistas ágiles en suculentos encuentros sociales y viajes por el mundo entero, mostrados sin pudor en las redes– para reparar en la “trampa” en la que, al decir de Bauman, muchos han terminado cayendo.
En las redes no importa –es más, ni siquiera interesa– decir la verdad. La verdad es desagradable, fastidiosa y, por lo tanto, perfectamente prescindible. Las redes fueron hechas para que la apariencia se torne realidad, para decir cosas políticamente correctas y, por supuesto, quedar bien con todos. Y es lógico que así sea porque, en el fondo, fueron inventadas para dar satisfacción a nuestro propio ego.
Además son, como bien lo definió un periodista español, asiento de ese banal “activismo de sofá", donde todo es denunciado y denunciable, pero nadie mueve un dedo para cambiar la realidad que tan concienzudamente objeta. Amén, por otra parte, de la seria amenaza que representan para aquellos que tienen una fuerte tendencia a la adicción en su propia personalidad.
En fin, nada de lo que valga la pena vanagloriarse en la nueva era del destape y el figuretismo tecnológico.