19 abr. 2024

"¿Quién reza por Bengasi?”, la Alepo de Libia

Escenario desde hace meses de bombardeos y combates diarios, el barrio de Ganfuda, en el corazón de la ciudad oriental libia de Bengasi poco o nada tiene que envidiar -para su desgracia- a la siria de Alepo.

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Las primeras protestas masivas contra Gadafi empezaron a mediados de febrero en Bengasi. | Foto. rtv.es

EFE - Mohamad abdel Kader

Hace más de un año y medio que el silencio no se escucha -ahogado por el tenebroso tabletear de los fusiles y el hosco estruendo de las bombas-, y el agua corriente o cualquier alimento fresco es un lujo largo tiempo olvidado.

Territorio de grupos islamistas moderados afines ideológicamente al movimiento de los Hermanos Musulmanes, pero también de milicias yihadistas, sufre el cerco levantado por las tropas de la “Operación Dignidad”, la ofensiva lanzada por el oscuro mariscal Jalifa Hafter, hombre fuerte del este de Libia.

Un asedio que ha convertido Bengasi, segunda ciudad de Libia y capital del alzamiento contra la dictadura de Muamar al Gadafi, en una urbe fantasmal, rehén de la violencia y palestra de una tragedia humanitaria olvidada.

“La vida de los cientos de civiles, tanto locales como extranjeros, que viven en Ganfuda está en peligro tras meses de asedio y de bombardeos continuos de parte de la Operación Dignidad”, advirtió el viernes la organización de defensa de los derechos humanos Amnistía Internacional (AI).

“El tiempo se acaba para los habitantes de Ganfuda, atrapados en los combates y abandonados a la muerte. Los bombardeos artilleros y aéreos llueven sobre ellos, mientras luchan por sobrevivir sin comida y con agua sucia”, agregó.

Um Taha encabeza de una de las 170 familias atrapadas en Ganfuda, una de las muchas “madre coraje” que se esconden en los sótanos de los pocos edificios que no han sido derribados por la avión de Hafter, a quien apoyan países como Egipto, Arabia Saudí, Rusia, Francia o Turquía.

“La vida aquí es imposible. El agua no es potable y los alimentos caducaron hace tiempo. Tampoco tenemos gas”, explica a Efe esta mujer libia.

“Nosotros podemos aguantar, pero tenemos niños. Cada día nuestros hijos se levantan bajo el ruido de los bombardeos, esperado el turno para morir. Están en estado de shock y se han vuelto muy agresivos”, relata con desesperanza.

Hafter, hombre fuerte en el seno del Parlamento de Tobruk -único gobierno que mantiene el reconocimiento internacional-, niega que en Bengasi o Ganfuda se esté cometiendo un genocidio e insiste en que todos los que allí habitan y combaten son “terroristas” llegados del exterior.

“Si hay familias allí deben ser turcas, cataríes, bereberes y de países africanos. El informe de AI distorsiona la realidad y carece por tanto de credibilidad”, respondió el mismo viernes Ahmed al Masmari, portavoz de la “Operación Dignidad”, en su medio afín, la televisión Al Akhbariya.

Al Masmari criticó a las potencias internacionales, que dijo “no piden para Bengasi corredores humanitarios como hacen en Siria e Irak”, y denunció que los informaciones recolectadas por AI y otras organizaciones “proceden de grupos terroristas” a los que no identificó.

“Los bombardeos proseguirán hasta que el barrio sea conquistado”, agregó.

Al Masmari señaló, no obstante, que la “Operación Dignidad” está dispuesta a facilitar la salida de esas familias que dice no reconocer y que para ello ha diseñado un plan de evacuación en tres etapas.

“Los niños, ancianos y las mujeres pueden dirigirse por tierra a las posiciones de nuestra fuerzas. Quienes prefieran salir por vía marítima a ciudades del oeste pueden hacerlo a través del puerto de Al Marisa”, indicó.

“El resto, incluidos los heridos, serán encarcelados hasta que sean juzgados por sus delitos cometidos en Bengasi. Se formará un comité para desarmarlos y serán juzgados con garantías procesales”, indicó.

Un plan, difundido a través de la citada televisión, que los habitantes de Bengasi observan como un humillante pacto de rendición.

“Las fuerzas de Hafter pretenden con esa iniciativa encarcelarnos porque impiden salir a todos aquellos que tengan entre 13 y 65 años”, explica Um Taha, improvisada portavoz de los que allí aún resisten.

“Han exigido también una lista con todos nuestros nombres, lo que nos pone peligro. No confiamos en la palabra de Hafter”, concluye antes de preguntarse "¿alguien reza por Bengasi?”.

Miembro de la cúpula que aupó al poder a Al Gadafi, y reclutado después por la CIA, Hafter devino a finales de la década de los ochenta en el principal opositor en el exilio.

Tras residir en Estados Unidos retornó a Libia en 2011, pocos meses después de que estallara la revolución y se unió a los rebeldes hasta conseguir que en 2014 el Gobierno de Tobruk le nombrara jefe del Ejército libio.

Amo de los recursos petroleros -que arrebató en septiembre a las milicias aliadas al llamado gobierno de unidad, apoyado por la ONU-, ha advertido en varias ocasiones que no abandonará las armas hasta que someta Bengasi y conquiste Trípoli.

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