En el artículo escrito la semana pasada, mencionaba que en este momento el Paraguay está sufriendo el impacto de una “tormenta perfecta”.
A la caída del precio de la soja, al desplome de las ventas en los comercios ubicados en la frontera con Brasil, a las grandes inundaciones que afectan al campo y la ciudad, a las epidemias del dengue y del zika, se le ha sumado en las últimas semanas la terrible crisis del sistema eléctrico.
A mucha gente le gustó el artículo, pero algunos me pidieron que además de plantear la situación propusiera algún curso de acción.
A ellos les recordaba, que desde hace años la Fundación Desarrollo en Democracia (Dende) viene advirtiendo que nuestro crecimiento económico en la “época dorada”, estaba muy “acelerado” por un fuerte “viento de cola” proveniente del exterior.
También advertíamos que esas circunstancias tan favorables no iban a ser eternas y que necesitábamos construir las bases para seguir creciendo, tanto en años buenos como en años malos.
Las bases para ese desarrollo sostenible tenían que salir de una estrategia de desarrollo claramente definida y consensuada. Y para nosotros, siendo el Paraguay un país pequeño, la única estrategia posible era la integración al mundo y a la región.
Porque en el mundo están los grandes mercados, los grandes capitales y las modernas tecnologías, que son fundamentales para atraer las inversiones, que son la única palanca que hace posible el desarrollo.
Este proceso de desarrollo tenía que comenzar apoyado en nuestro competitivo sector agropecuario, pero tomando conciencia de que no podemos depender totalmente de un sector tan supeditado al clima y a los precios internacionales.
Si queremos el desarrollo sostenible del Paraguay, tenemos que apostar fuertemente a un agresivo proceso de industrialización usando nuestros recursos abundantes, que son las materias primas, la energía y la mano de obra joven.
Pero para que esa industrialización sea posible, necesitamos invertir fuertemente en infraestructura de caminos, puentes, puertos, aeropuertos, y dragado de los ríos, que permitan la logística necesaria para sacar nuestros productos al exterior.
Realizar todo esto es absolutamente posible, porque tenemos el potencial para hacerlo, pero hasta ahora no hemos podido convertir dicho potencial en una realidad.
Tenemos abundante energía pero una pésima distribución, tenemos el bono demográfico pero son jóvenes con bajo nivel de educación, tenemos mano de obra abundante pero es poco entrenada y tenemos un sistema tributario simple y con tasas bajas, pero existe un gran nivel de informalidad y corrupción.
Si invertimos en distribución de energía, en educación, en entrenamiento de los jóvenes y en combatir la evasión y la corrupción, tenemos todas las condiciones para iniciar y sostener un proceso de desarrollo.
Entonces sí, vamos a atraer numerosas inversiones, lo que nos permitirá avanzar en una fuerte industrialización y nos independizará de los vaivenes cíclicos que tienen las materias primas, que han sido la bendición y la maldición del Paraguay.
Pero para poder hacer todas estas reformas, la “madre de todas las batallas” es la Reforma de nuestro Estado, que permitirá convertir esta maquinaria corrupta e ineficiente, en una máquina que brinde servicios públicos (seguridad, educación, salud, justicia) de calidad para todos los que habitamos este país.
Esta reforma del Estado no se realizó en los años de vacas gordas, como fue la década de los 70 con Itaipú ni en los últimos años con la bonanza de los commodities. Pero nunca es tarde para comenzar.
Hagámoslo ya.