17 may. 2025

Privatizar la naturaleza

Por Guido Rodríguez Alcalá

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Una cuestión muy importante se plantea ahora en los tribunales argentinos, donde se le ha negado a Monsanto el derecho a patentar una metodología para hacer organismos genéticamente modificados (OGM). En noviembre de 2015, un juez de primera instancia le reconoció a la empresa ese derecho. Sin embargo, el 5 de mayo de 2016 la Cámara de Apelaciones Civil y Comercial Federal dejó sin efecto la resolución de primera instancia, alegando que una planta es creación de la naturaleza y del trabajo del campesino, y que modificarla no da derecho a patentarla; o sea a privatizarla.

Dice la Cámara: “Debe hacerse hincapié en que el material que es objeto de la mejora proviene de la naturaleza y tiene propiedades y funciones –las más importantes– totalmente ajenas a la labor del innovador (v. gr. En los genes, la codificación de una proteína determinada; en las células, la aptitud de reproducirse de un determinado modo; en las semillas, la fuerza generativa, etc.). Es discutible que el obtentor pueda patentar todo el material por el solo hecho de haberlo modificado; como es discutible que el autor de una obra literaria no deviene en propietario del lenguaje empleado en ella por haberla registrado”.

Ahora la Corte Suprema debe confirmar o revocar la decisión de la Cámara. Si la confirma, ¿dejará sin efecto todas las patentes de todos los OGM? En tal caso, la Argentina podría pasar a integrar el grupo de los países que restringen el uso de OGM en su territorio.

Al margen de la futura decisión de la Corte, el fallo recuerda la inquietud acerca de la privatización de la naturaleza por un número reducido de empresas multinacionales, que pueden convertirnos en sus clientes forzados. Quien controla la alimentación controla a la gente, dijo Henry Kissinger; en esto, podemos estar de acuerdo él.

No se trata de un temor injustificado, sino provocado por un proyecto político y empresarial definido. El 23 de mayo de 2003, el presidente George Bush demandó a la Unión Europea ante la Organización Mundial del Comercio por las trabas que ponía a los OGM. Diez días después, Bush propuso aliviar el hambre en África enviándole OGM; la propuesta no tuvo la recepción esperada. Bush representaba a grandes empresas biotecnológicas de su país, que deseaban imponer sus productos en el mundo.

Dice el periodista investigativo Jeffrey Smith en su libro Seeds of Deception (Semillas de decepción): en enero de 1999 hubo una conferencia de empresas biotecnológicas, donde se presentó el proyecto de copar el mercado internacional con semillas OGM en un plazo de quince a veinte años; para eso, se pretendía apoderarse del 95% del mercado en cinco años, de modo que la reacción fuera imposible. Aunque las OGM han acaparado mucho, no han podido imponer su hegemonía.