17 abr. 2024

Primera Dama, último acto

Cuando su ex esposa María Montaña se autoproclamó como la nueva Primera Dama, en una entrevista en vivo por Telefuturo el 15 de agosto, el mismo día en que Horacio Cartes asumía como presidente de la República, el mandatario prefirió guardar un incómodo silencio.

Por Andrés Colmán Gutiérrez

Twitter: @andrescolman

El tema, aparentemente trivial en el contexto de las ceremonias políticas de transmisión de mando, se volvió el más comentado en las redes sociales y fue la noticia más leída en los sitios web, con gran repercusión internacional. El equipo de comunicación del Gobierno, a través del vocero Dany Fleitas, salió a desmentir lo aseverado por Montaña: “El presidente de la República todavía no definió eso, él siempre eludió esa pregunta y en realidad no sabemos quién se va a desempeñar como Primera Dama de la Nación”.

El tema no iba a poder ser esquivado por más tiempo. Cartes es el segundo presidente soltero –en realidad, separado- de la era democrática, luego del ex obispo Fernando Lugo, y ambos comparten una diferenciada fama de seductores con las mujeres. La molesta pregunta –"¿Quién será la Primera Dama?"-, se la formuló a boca de jarro una periodista, en la primera conferencia de prensa oficial con el jefe de Estado. Cartes zafó entonces con una respuesta irónica: “Todas las mujeres que tengan convicción de trabajar para la gente humilde, pueden considerarse primeras damas”.

La cuestión no quedó resuelta hasta el martes 3 de setiembre, cuando el propio Ministro de Hacienda, Germán Rojas, comunicó que la figura del Despacho de la Primera Dama quedaba oficialmente suprimida del Gabinete, y los recursos presupuestarios, de 930 millones de guaraníes anuales, se iban a reasignar a otros rubros.

Se cierra de este modo un largo capítulo tragicómico y costumbrista en torno a un puesto híbrido y difuso, estrechamente ligado a la cúpula del poder, que sin tener un reconocimiento institucional –no figuraba en la Constitución, ni en las leyes-, formaba parte de la Administración del Estado, ya que recibía un presupuesto oficial, donaciones públicas y privadas, contaba con funcionarios con salario público, que ha sido fuertemente cuestionado por organizaciones feministas, por ser “la continuidad de un pensamiento claramente machista y patriarcal sobre el poder público”, como lo definió la ex ministra de la Función Pública y ex candidata presidencial por Kuña Pyrendá, Lilian Soto.

Las históricas “First Ladies”

La historia de las Primeras Damas se origina en el Siglo XIX, en los Estados Unidos, cuando se empieza a llamar pomposamente “The First Lady of the Land” (La Primera Dama de la Tierra) a las esposas de los presidentes.

La primera en hacerlo públicamente fue la periodista Mary Clemmer Ames, en 1877, cuando en un artículo sobre la asunción del presidente Rutherford B. Hayes se refirió de ese modo a su esposa, Lucy Webb Hayes. (Es el mismo presidente que en 1878 actuó como juez mediador en la disputa de límites entre Paraguay y Argentina, sobre el Chaco; por eso tenemos una ciudad llamada Villa Hayes y un departamento Presidente Hayes).

La señora Hayes fue la Primera Dama norteamericana y encarnó el título con tanta personalidad, que la fue heredando a sus sucesoras. El título honorífico se extendió por el mundo, especialmente por los países de América Latina, donde no solo hubo Primeras Damas, sino también segundas, terceras y varias más, que en muchos casos tenían más poder y presencia que las primeras.

En el Paraguay, un pintoresco caso rescatado por las crónicas periodísticas fue el del presidente colorado Federico Chávez, quien gobernó el país entre 1949 y 1954. Aunque su esposa era la Primera Dama oficial, fue su amante Isabel Vallejos la que realmente ejercía “el poder en las sombras”. Mientras el mandatario impartía audiencias protocolares en Palacio, las verdaderas se hacía en la residencia de Ña Isabel, donde desfilaban militares, políticos, diplomáticos, empresarios y otros que acudían a pedir e intercambiar favores con la influyente mujer.

El dictador Alfredo Stroessner repitió un modelo similar. Su esposa Ligia Mora era la que oficialmente aparecía como la Primera Dama, pero su amante Ñata Legal ejercía un fuerte poder paralelo, que según las denuncias de la época, la llevó a desarrollar importantes negociados, como la venta de los espacios públicos de la entonces próspera Ciudad Stroessner, hoy Ciudad del Este.

De Ña Vincha a Ña Biblia.

Con la caída de la dictadura en 1989 y el inicio de la transición democrática, el presidente Andrés Rodríguez le devolvió cierta institucionalidad a la figura de la Primera Dama.

Su esposa, Nelly Reig, asumió un activo rol en tareas de asistencialismo gubernamental y acompañó a su marido en los actos oficiales, aunque con un estilo folklórico que dejó pintorescas anécdotas entre los periodistas que cubrían la actividad presidencial. Varios recuerdan el cómico episodio durante la visita de los Reyes de España a las Ruinas Jesuíticas de Trinidad, en Itapúa, cuando la Primera Dama, un poco atrasada en el recorrido, le gritó a la Reina Sofía: "¡Majestad, esperámena un poco...!”.

El presidente Juan Carlos Wasmosy, quien gobernó de 1993 a 1998, le otorgó un rol también de importancia a su esposa, Teresa Carrasco, quien creó fundaciones para canalizar donaciones y financiar las actividades asistencialistas desde el despacho. Los que siguieron en el cargo continuaron con la tradición, en mayor o menor medida.

Desde la era Wasmosy, el periodista Víctor Benítez, conocido por su espíritu burlón, se dedicó a poner apodos a las Primeras Damas, que fueron incorporados a la jerga popular. Teresa Carrasco, esposa del presidente Wasmosy, fue “Ña Vincha”, por usar características vinchas en el pelo. Mirta Gusinky, esposa de Raúl Cubas, fue “Ña Brushing”, por sus llamativos peinados. Susana Galli, esposa de Luis González Macchi, fue “Ña Miss”, por haber sido reina de belleza y Gloria Penayo, esposa de Nicanor Duarte Frutos, fue “Ña Biblia”, por su actividad en una Iglesia cristiana.

En todo este tiempo, las organizaciones feministas no dejaron de cuestionar la permanencia de una institución “arcaica y machista”, cuya función institucional no estaba muy clara, cuya labor de “asistir a los pobres” se superponía con las de otras dependencias estatales, y que obedecía a mantener un eslabón más de clientelismo político prebendario desde la cúpula del Poder Ejecutivo.

Para muchos, la oportunidad de ponerle fin se presentó en 2008, cuando la Alianza Patriótica para el Cambio, encabezada por el ex obispo Fernando Lugo, ganó las elecciones. Por primera vez asumía un presidente soltero y que, además, se pensaba encarnaba ideas sociales progresistas.

“Hubo entonces un momento perfecto para deshacerse del despacho de marras, que refuerza el imaginario nacional de que a las mujeres les corresponden roles de apoyo a quienes tienen responsabilidad en el poder público... Pero la intrepidez brilló en ese entonces por su ausencia”, lamenta Lilian Soto, ex colaboradora de Lugo.

El ex obispo prefirió que su hermana, Mercedes Lugo, asuma el rol de Primera Dama, en una gestión que estuvo plagada de acusaciones por presuntos manejos irregulares de fondos y por favorecer al nepotismo.

Tras la destitución de Lugo, a través de un polémico juicio político parlamentario, en junio de 2012, asumió el vicepresidente Federico Franco, y su esposa, la actual senadora Emilia Alfaron, se hizo cargo del despacho de la Primera Dama.

Lo curioso es que, meses antes, siendo diputada, Alfaro había sido una de las más fuertes cuestionadoras de la financiación al despacho de la Primera Dama. Pero apenas asumió como “First Lady”, su marido solicitó 1.100 millones de guaraníes de presupuesto para el Despacho.

Actualmente, les debe incomodar un poco a las dirigentas feministas que finalmente sea un presidente colorado, empresario y por tanto de derecha, quien haya decidido suprimir el polémico Despacho de la Primera Dama, y no el líder pro izquiedista del que naturalmente esperaban ese gesto.

Pero al margen de ese hecho anecdótico, ellas deben sentirse contentas de que finalmente haya caído un bastión del conservadurismo patriarcal y machista, una celebración que compartimos.