26 abr. 2024

Política y misericordia

Por Gustavo A. Olmedo B.

“La justicia abraza a la paz”. Con esta frase se concretaba esta semana el histórico acuerdo de paz entre el Gobierno de Colombia y la guerrilla de las FARC, y que se pondrá a consideración con un plebiscito.

El acto, que busca poner fin a más de 50 años de conflicto armado –el más largo de este tipo en América Latina–, puede reconocerse como un verdadero “experimento” del impacto que puede tener la lógica de la Misericordia –o del perdón, si se quiere– en la práctica de la política y la solución de problemas de gran complejidad; aquellos que plantean como única salida la ruptura de conceptos formales, entre ellos el de la justicia.

El escenario es complicado. Hablamos de 260.000 muertos, 45.000 personas desaparecidas, 27.000 secuestrados y alrededor de 7 millones de desplazados a causa de estos guerrilleros. Hay heridas profundas y muchas preguntas que necesitan –y exigen– respuestas. El acuerdo busca cambiar el rumbo de la historia de este país, y cortar la espiral de violencia que ha tenido entre sus principales sustentos al narcotráfico, además de los problemas de la tierra y la pobreza; problemas –entre paréntesis– plenamente vigentes en Paraguay; de hecho el EPP ya es un signo de estas realidades.

Lo ocurrido en Colombia es un comienzo positivo y concreto para esperar el cese de la violencia, pues la historia ha demostrado con creces que el enfrentamiento armado solo ha producido más de lo mismo, creando un círculo vicioso y viciado altamente destructivo para la gente. Y en este panorama de tanto dolor, la instalación de mecanismos de reconciliación y diálogo, y en un cierto sentido de esa Misericordia tan promovida por el papa Francisco este año, se convierten en opciones muy válidas para la política. Los desafíos son aún numerosos, como el de responder a la necesidad de reparación integral que exigen las víctimas, así como la superación de las injusticias sociales, caldo de cultivo para el crimen organizado.

Pero hay que entender que la firma del acuerdo es apenas el inicio de un proceso para alcanzar la paz, porque la guerra tiene raíces más profundas y que requieren algo más que políticas de Estado, como bien lo dijo el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado del Vaticano; señalando que urge además la “reconstrucción de la persona”, pues, “en las heridas del corazón humano”, es donde finalmente “se encuentran las causas profundas del conflicto que en los últimos años ha desgarrado” a este país latinoamericano. Sin esto, solo será cuestión de tiempo para que la violencia vuelva a surgir, y, quizás, con mayor fuerza.

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