28 mar. 2024

Poesía y ciencia, según Domínguez

Blas Brítez – bbritez@uhora.com.py

El ave figura en la Enciclopedia guaraní-castellano de ciencias naturales y conocimientos paraguayos (1985), de Carlos Gatti, pero raramente no es descrita y es asimilada al tukã’i, el tucán pico verde. Sin embargo, el tukã hovy no posee pico verde. Su plumaje sí es de un hermoso color oliváceo. En setiembre de 1993, Carlos Villagra Marsal escribió un poema sobre esa ave, cuyo hábitat, en los montes del Este del país, fue destruido por la expansión urbana y la agroindustria. En él, describe los arduos avatares de “ese pirata de párpado pelado, polícromo capitán” que cuando la noche llega “estriba el pico en la espalda” y se prepara para descansar de la rapaz usura de la jornada. Sin embargo —le dice al tukã hovy el poeta en los dos últimos versos—, “ese cumbreño anclaje en el silencio/ no te saciará”. Acaso el pájaro seguirá imaginando en el sueño su espléndido vuelo, “bucanero y artista exorbitante”. El poema está dedicado a Ramiro Domínguez, ignoro por qué. Malicio, en cualquier caso, que el “anclaje” en la muerte del poeta guaireño la semana pasada, no saciará su hambre. Como le pasa al tukã hovy del poema de Villagra Marsal. Su polícroma obra seguirá tramando su jornada en la vigilia de la lectura. Es la ventaja que tenemos los lectores y la sensación de eternidad que podemos dar a la memoria de un hombre o una mujer que han muerto, pero que antes han dejado escritas imágenes de nosotros mismos y de nuestro entorno.

Particularmente, no he sido inoculado por el fervor religioso de la poesía española en castellano del Siglo de Oro, aunque disfrute de los endecasílabos de Juan de la Cruz, Fray Luis de León y sor Juana Inés y no me diga nada de nada Santa Teresa de Ávila. Sin embargo, siento en la poesía de Ramiro Domínguez un tipo de sensibilidad religiosa atenuada que subyuga por haber abrevado, sin duda, de aquella poesía dorada, pero tiene ya un tono civil, pueblerino y mágico que rehúye de la catequesis y cuya naturaleza híbrida constituye, de hecho, la esencia de su trabajo poético. Así esos poemas que parecen rezos en Salmos a deshora (1963) abundan en tierras y labriegos y madres y exiliados. La cultura griega, pagana; la judeocristiana, religiosa; y la campesina, rural, tienen una cita en un orbe mitológico en el que crepita el Guairá, en Ditirambos para flauta y coro (1964). Uno de sus poemarios que lo sobrevivirá por mucho tiempo, porque es la versión poética del universo de Hijo de hombre y Contravida, de Roa Bastos, la del Casaccia de La babosa.

Tiene parentesco con el posterior Óscar Ferreiro, de El gallo de la alquería y otros poemas (1987). En aquel libro y en Las cuatro fases del Luisón y Los casos de Perurimá, el villarriqueño desgranó todas las posibilidades del mito hecho intrahistoria.

Por ese mismo tiempo, desgastaba los rojos caminos del Guairá para estudiar formas de vida campesinas que decían mucho de una realidad paraguaya marcada por variables socioculturales y políticas. El resultado fue lo que, muy acertadamente, Víctor-jacinto Flecha definió como libro-vanguardia, El valle y la loma (1966), “el primer trabajo científico que logró develar un mundo escondido por la ‘sociología oficial y tradicional’”. De alguna manera, Domínguez estaba buscando verdades profundas del Paraguay por dos vías que cierta modernidad ha considerado contrapuestas y que para él, definitivamente, no lo eran: la ciencia y la poesía.

En el ámbito lingüístico su trabajo también fue fecundo, aunque hubo mucho conservadurismo (como en otros) en sus apreciaciones sobre el jopara.

En los últimos años, se le concedió el Premio Nacional por un libro visiblemente menor a su trayectoria. También publicó uno que, tal vez, lo merecía: El primo Juan (2009), un bello recuerdo de su ciudad natal, Villarrica, en la línea de los libros de memorias de infancia de José Saramago y J. M. G. Le Clézio.

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