La empresa Monsanto se unió a la empresa Bayer. Esa unión puede conducir al acaparamiento de semillas por un reducido grupo de multinacionales, lo cual puede atentar contra la soberanía alimentaria de varias naciones. Sobre la soberanía alimentaria, un concepto aceptado por las Naciones Unidas, hay suficiente información en internet.
Monsanto, Bayer y las mayores empresas del agronegocio, además de fabricar semillas genéticamente modificadas, han adquirido mayor influencia en la venta de las semillas en general. Eso ha provocado quejas de agricultores que quieren plantar semillas orgánicas, pero que tienen dificultades para conseguirlas. De más en más, lo que se encuentra en el mercado son las transgénicas. Sobre la dificultad para conseguir semillas de maíz nativo, véase Con la soja al cuello, el libro publicado por Base IS.
Además de la disponibilidad, está el problema de la patente. El que planta semillas de Monsanto debe pagarle regalías a Monsanto. Sin embargo, también puede verse obligado a pagarle regalías el que planta semillas orgánicas. Por efecto de la polinización, los transgénicos de Monsanto pueden invadir cultivos orgánicos; aunque no los quieran para nada, agricultores orgánicos se han visto obligados a pagar regalías a esa empresa, según refiere Marie-Monique Robin, en El mundo según Monsanto. Esta es una consecuencia de la propiedad intelectual de las semillas transgénicas, que afecta incluso a quienes no se han propuesto violarla.
Esa propiedad intelectual equivale a una privatización de la naturaleza, algo muy discutible. La idea de que se pueda patentar un organismo vivo nació en los Estados Unidos, para favorecer a empresas multinacionales (Monsanto y otras), a causa de una colusión entre el sector privado y el público. Una vez ganado por la influencia de intereses privados, el Gobierno norteamericano emprendió una campaña para imponer los transgénicos en el resto del mundo; el punto, comentado por El mundo según Monsanto, se ha visto confirmado por ciertas revelaciones de WikiLeaks.
La ley paraguaya, que no aceptaba la privatización de un ser vivo, se ignoró en beneficio de los intereses de ciertas empresas empeñadas en convertir en sus clientes a todos los agricultores del mundo. Con los transgénicos, se aprobaron los agrotóxicos correspondientes, incluyendo el dicamba, autorizado en el Paraguay antes de que comenzara a utilizarse en los Estados Unidos.
¿Qué ganamos con eso? ¿El progreso? Las semillas transgénicas no rinden más. En los Estados Unidos, entre 1960 y 1996 (sin transgénicos), el rendimiento de los cultivos aumentó 130%; entre 2000 y 2009 (con transgénicos), aumentó 18% (datos de Chris Cantham, Deconstructing Monsanto).
¿Son seguros los transgénicos? No es garantía que los haya aprobado el Gobierno norteamericano, que también aprobó el DDT, el PCB y la dioxina. Más bien deberíamos imitar a ese gobierno en la política nacionalista con que protege a su agricultura, porque no quiere depender de nadie en materia de alimentación.