04 may. 2025

Milagro de amor

A Gabriel Bareiro Guggiari le diagnosticaron hace dos años una enfermedad de difícil tratamiento y cura. Pero la fuerza de su fe, y la de sus familiares y amigos, lo ayudó a salir adelante. Vida le cuenta esta historia de superación y esperanza.

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Revista Vida

Foto: Javier Valdez

La primavera de 2013 fue diferente para Gabriel Bareiro Guggiari. Hacía poco había participado con su novia, Alana Yaryes, y otros fervientes católicos en una peregrinación a Salta para visitar a la Virgen del Cerro. En su familia se habían hecho devotos de la Virgen después de que una allegada se curara de un cáncer de mama. Y estaban convencidos de que María había escuchado las oraciones y había obrado el milagro de la cura.
“Cuando me enteré de que había una peregrinación a Salta, le comenté a Gabriel y le insistí en que debíamos participar. Averiguamos y ya no quedaban lugares, pero justo un par de semanas antes dos personas desistieron y nos avisaron que había sitio para nosotros. Le dije a él que la Virgen del Cerro deseaba que la visitáramos, porque seguramente quería algo de nosotros. Viajamos, y cuando volvimos estábamos llenos de fortaleza y espiritualidad”, cuenta Alana.
Comienza la prueba
En ese momento no lo sabían, pero la prueba que ambos jóvenes esperaban estaba a punto de comenzar. Fue en primavera, durante la estación más optimista. Gabriel —que en ese entonces tenía 23 años— se sentía mal, fatigado, con dolores de cabeza y fiebre. Los médicos lo trataron como si fuese un caso de dengue, común al principio y con sospechas de hemorrágico después.
“Un médico vio unas manchas rojas y nos dijo que le hiciéramos otros análisis de sangre, porque podría tratarse de algo más grave”, relata Roxana, la mamá de Gabriel.
"¿Por qué yo?”, era el cuestionamiento que el joven no dejaba de hacerse. Él, sus familiares y amigos quedaron con el ánimo devastado cuando los médicos les informaron que los análisis habían detectado que sufría de púrpura trombocitopénica trombótica (PTT), un grave trastorno de la sangre que provoca hemorragias y puede generar coágulos que obstruyen el paso sanguíneo en vasos, venas y arterias. La interrogante los acompañaría durante la larga lucha contra la enfermedad.
Inicialmente, el diagnóstico apuntaba a una versión de PTT más leve, denominada idiopática. Gabriel fue internado y sometido a un tratamiento riguroso para aumentarle el número de plaquetas. Sin embargo, a pesar de que el muchacho mostró una mejoría, tuvo recaídas que agravaron su situación. Los análisis demostraron que sufría una dolencia más peligrosa que la sospechada.
Gabriel empeoraba, sus glóbulos rojos se rompían, tenía problemas renales —una de las consecuencias de la enfermedad— y debía permanecer internado casi en la más absoluta oscuridad, porque incluso el menor atisbo de luminosidad le generaba intensos dolores de cabeza. Se acercaba la Navidad, época especialmente significativa para Gabriel y sus parientes, devotos católicos, seguidores de las enseñanzas de su religión y con una profunda fe en Jesús, María y los santos.
Regalo de Navidad
En ese momento se produjo lo que los Bareiro-Guggiari consideran el primer milagro. Gabriel tuvo una inesperada recuperación que le permitió abandonar la internación y pasar la Nochebuena con sus familiares. Las plegarias fueron escuchadas, asegura su abuela Mamilín Carrón de Guggiari, quien tuvo un rol fundamental en el proceso, ofreciendo su apoyo espiritual y material.
Para Gabriel fue un oasis de felicidad en medio de la lucha que estaba sosteniendo. El paréntesis con la familia fue como recargar grandes dosis de energía y valor para afrontar lo que vendría. Unos días después, el joven tuvo que volver a la internación y a un tratamiento que le exigiría un mayor sacrificio y un sufrimiento que pondría a prueba no solamente su fortaleza, sino también la de sus familiares y amigos.
La gravedad del cuadro exigía que el paciente pasara por una plasmaféresis, un tratamiento que remueve el plasma anormal y lo reemplaza con plasma normal de un donador saludable. El plasma es la parte líquida de la sangre que contiene las células sanguíneas y las plaquetas.
El procedimiento se puede realizar en el Instituto de Previsión Social (IPS), que cuenta con el equipamiento para ello, pero requiere un alto número de donantes de sangre. En el caso de Gabriel, existía una demanda de 30 unidades (bolsas de medio litro) de sangre por día, aunque hubo ocasiones en las que se necesitaron hasta 60. Esto requería una cantidad de dadores muy elevada, otro problema a resolver y que tenía en vilo a los parientes del muchacho.
Coincidentemente, en la misma época en la que Gabriel estaba internado hubo un número inusual de pacientes sufriendo PTT. Los bancos de sangre colapsaron. Por fortuna, los donantes empezaron a aparecer. Amigos, parientes y allegados del joven —que abundaban— se ofrecieron como dadores y así se pudo cubrir la demanda.
Fuerza que acompaña
El apoyo a Gabriel se manifestó también a través de plegarias y rezos del rosario a los que acudían hasta 150 personas. En el acceso a IPS, los amigos formaron un rosario humano en el que cada persona representaba una cuenta.
Dentro de la sala de transplantados, Gabriel seguía peleando contra la enfermedad, contra el dolor y contra la desesperanza que amagaba con ganarle la batalla al corazón valiente. Afuera, el apoyo externo se manifestaba con las cadenas de oración en familia, con una remera verde de esperanza, con la inscripción: “Familia que reza unida permanece unida. Fuerza Gabrielito”.
En su habitación de cuidados intensivos, Gabriel estaba acompañado por los carteles que Alana había hecho con los mensajes de fe de sus amigos, que lo empujaban en su recuperación; con el escapulario que nunca abandonaba y que sostenía con fuerza entre sus manos, aun cuando dormía, y con una imagen de la Virgen del Cerro, a la que se había encomendado.
La preocupación de sus familiares y el deseo de un restablecimiento más acelerado los llevaron a gestionar una internación en el Hospital Italiano de Buenos Aires. Gracias a los vínculos de sus allegados, pudieron conseguir un avión-ambulancia para el viaje.
En la capital argentina, los profesionales confirmaron que el tratamiento que estaban recibiendo en IPS era el adecuado, pero tuvieron que atenderlo a raíz de dos abscesos que se le habían producido en los glúteos por su larga permanencia en cama.
Finalmente, cuando los costos se hicieron insostenibles, volvieron a Paraguay a continuar el proceso de recuperación. Lentamente, sus plaquetas se multiplicaron y su sangre se normalizó. Ya era marzo de 2014 y lo peor había quedado atrás.
Durante la enfermedad, Gabriel tuvo que enfrentar trastornos colaterales que afectaron, entre otras cosas, su riñón y le generaron otros inconvenientes como un gran aumento de peso, hasta superar los 100 kilos. Casi no le quedaron secuelas y su aspecto actual es el del chico sano que es, delgado pero atlético, sin ningún atisbo que indique el calvario por el que tuvo que pasar.
La ciencia tiene mucho que ver en la recuperación del muchacho. Pero, creyentes al fin, quienes lo rodearon de afecto, contención y esperanza saben que con sus oraciones lo ayudaron a dejar atrás obstáculos que muchas veces parecían infranqueables.
“Sé que tengo una misión en la vida, que si pude superar esta enfermedad es porque Dios me está preparando para algo. Todavía no sé cuál es esa misión y estoy esperando esa señal”, expresa Gabriel. Quizás la espera no sea necesaria, porque tal vez él mismo es el mensaje, el ejemplo para los desesperanzados y la respuesta al porqué. Es un elegido.

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Apoyo familiar
Gabriel nació el 15 de junio de 1990. Siguió la carrera de Zootecnia, pero actualmente es ejecutivo de una firma ligada al expendio de combustible. La experiencia vivida fue para él una montaña rusa de emociones que pudo sobrellevar gracias a sus amigos y familiares. Los parientes que permanecieron en la primera línea son su abuela Mamilín Carrón de Guggiari; sus padres, Gustavo Bareiro y Roxana Guggiari, y su novia de hace muchos años, Alana.

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Palabras j
que curan

Durante su enfermedad y convalecencia, Gabriel tuvo que apelar a todos los recursos que tenía a mano para mantenerse firme frente al sufrimiento. Las reflexiones y pensamientos fueron sus salvavidas en el océano del dolor. “Los milagros ocurren cuando las lágrimas se sustituyen por oración y el miedo por fe”, le decía Alana y él lo repetía. Así pudo seguir adelante, un día por vez. “Nunca sufrí tanto y nunca fui tan feliz. Hoy quiero llenarme de momentos”, es su reflexión final.