Uno de los signos más claros de la decadencia de una sociedad es la incapacidad de percibir el valor radical de la vida humana, relativizándolo y hasta despreciándolo, según situaciones, circunstancias o criterios económicos, culturales o ideológicos.
Esta semana, los medios de comunicación se hicieron eco nuevamente del hallazgo del cadáver de un bebé de cinco meses de gestación en el inodoro de un surtidor. Un hecho macabro, doloroso, que refleja –entre otros aspectos– el drama extremo de soledad, abandono y desesperación que enfrentan estas madres, muchas de ellas, adolescentes, de escasos recursos y poca formación.
El hecho es un reclamo de la necesidad que tenemos como sociedad y Estado de fomentar mecanismos y programas que busquen acompañar efectivamente a las embarazadas, principalmente a aquellas más pobres, y que no cuentan con el apoyo del progenitor, como triste y frecuentemente ocurre en este país plagado de padres irresponsables, que en estos casos se convierten directamente en cómplices de un crimen.
No en vano la hoy santa Teresa de Calcuta decía que “no hay mayor pobreza que la soledad”, y no solo aquella que implica la ausencia física, sino la que concentra esa falta de sentido de la existencia, el no percibirse amada ni aceptada; aquella que culmina con la desesperanza y la angustia.
En estos casos urge un rostro amoroso y adulto; familiares o amigos que tengan claro lo valioso e intocable que es un ser humano; la energía para enfrentar las dificultades y la capacidad de acoger a quienes ya han caído en esta desgracia, y sufren por una herida que no sana. En todos los casos, el coraje y la atención del entorno del hogar son factores fundamentales. Muchos, influenciados por una lógica materialista –propia de la “cultura del descarte” de nuestro tiempo–, justifican el asesinato de estos niños en el vientre materno, con tal de evitarles el sufrimiento de vivir en la pobreza, dicen. Pero ¿quiénes somos para determinar el destino de una persona, negarle la posibilidad de vivir, y, por ende, de salir adelante y progresar en medio de precariedades? Numerosos casos en la historia demuestran que se trata de una pretensión equivocada.
Otros quizás se fijarán en lo “seguro” que hubiera sido para la madre matar a su hijo/a en una clínica legalmente habilitada, como si el problema fuera el método para eliminar a la persona y no el acto en sí, olvidando además que al drama que ya vive la mujer, se le sumará una desgracia.
Ojalá que como sociedad nunca dejemos de sufrir y luchar ante cada criatura asesinada y arrojada como basura; ello será el signo de una postura humana latente en medio de ideologías inhumanas que alejan al hombre de la razón y de esas exigencias siempre quemantes de su corazón.