Estamos en el Octubre Rosa, el Mes de la Lucha contra el Cáncer de Mama. De modo que hubo corridas, se lanzaron globos al cielo, edificios emblemáticos encendieron lucecitas rosas, los jugadores de fútbol se pusieron el lazo rosa y no faltaron los discursos. También leímos en los diarios y escuchamos en todos los medios testimonios de mujeres que le están peleando al cáncer de mama, tremendos testimonios de mujeres muy valientes.
Por todas ellas, creo que alguien debe decirles a las autoridades que es inaceptable tanta hipocresía.
En el Paraguay la salud no es un derecho. Es un privilegio para unos pocos.
El Estado, que debería garantizar un acceso igualitario a un sistema de salud, no lo hace. Por eso, los paraguayos nos vemos obligados a pagar estudios y tratamientos; lo que los economistas denominan “gasto de bolsillo”, y por cierto, Paraguay es uno de los países de América Latina que mayor gasto de bolsillo en salud tiene.
El cáncer de mama es la primera causa de muerte de las mujeres en el Paraguay, y esto es así porque las mujeres que viven en este país no pueden acceder a eficientes servicios de prevención y mucho menos a un tratamiento oportuno y gratuito.
La campaña contra el cáncer de mama –desde el Estado– debería durar todo el año, y no deberían seguir gastando en lucecitas de colores, sino en concientizar a toda la población sobre los controles necesarios, deberían dar acceso a toda la población a estos estudios y en el caso necesario, proveer el tratamiento gratuito. Pero claro que esto suena a un imposible, sobre todo, conociendo la realidad que vivimos.
En el Paraguay, la gente lucha contra el cáncer organizando tallarinadas y rifas. Una pollada a diez mil’i multiplicada por la solidaridad de decenas de compañeros de trabajo o vecinos es la única esperanza que tienen las personas con cáncer para costear tratamientos. Porque en los hospitales nunca alcanzan los medicamentos ni las camas; de hecho que lo poco que hay no alcanza para todos. Porque cuando comienza la pesadilla, los enfermos saben que, si son pobres o dependen del IPS o del Estado, van a quedar a la buena de Dios.
Para terminar hay que decir que, poner lucecitas color rosa en el edificio del IPS no es un homenaje, es una bofetada para los pacientes que peregrinan día a día en busca de un tratamiento o un medicamento que la institución les niega. Unas lucecitas no compensan el abandono, el dolor y la humillación que soportan los asegurados.