Greenpeace acusada de “crimen contra la humanidad”. Este titular que recorrió los medios de comunicación más serios llamó la atención de más de uno. Un estudio más cercano al asunto nos sirve de ejemplo para dos campos disciplinarios disímiles, pero que ahora esta noticia los ha unido por azar: los estudios sobre Ciencia, Tecnología y Sociedad (CTS), por un lado, y la ética periodística, por el otro.
En el primer caso, los estudios CTS se encuentran con un caso más donde la ciencia y la política se cruzan. Otrora eran los tiempos en que los premios Nobel firmaban manifiesto en contra de la proliferación de armas nucleares posicionándose así a nivel ético y político en pos de la paz mundial. Ahora lo hacen preocupados por el hambre en el mundo y en contra de activistas y colegas suyos que se oponen a los alimentos genéticamente modificados o transgénicos. De estos activistas, fue Greenpeace la principal acusada, pues consideran que su oposición no está sustentada en resultados científicos.
De los 109 firmantes, la gran mayoría son laureados en las disciplinas clasificadas como ciencias duras o naturales, tales como la física, la química o la medicina, y todos pertenecientes a este siglo y la última década del siglo pasado, que son los que más actualizados están sobre el debate transgénico. Excepcionalmente encontramos el nombre de Robert Wilson y Arno Penzias, premiados en 1978 por sus trabajos sobre radioastronomía, o el célebre James Watson, que desde que ganó el Nobel en 1962 por codescubrir la estructura molecular del ADN ha sido el peor ejemplo de ética científica. Que laureados en economía aparezcan no es ninguna sorpresa, pero por supuesto Amartya Sen y Joseph Stiglitz no prestaron su nombre. En literatura y paz, encontramos a los solitarios Elfriede Jelinek y José Ramos-Horta, respectivamente.
Sin duda el Nobel es el premio más prestigioso en estos campos. Tal capital simbólico es lo que está por detrás de este comunicado, aunque hay cientos de otros científicos del mismo nivel que dicen lo contrario sobre el mismo asunto. El asunto está lejos de estar resuelto solo porque los firmantes tengan un premio muy cotizado.
Pero justamente por tratarse de prestigiosos científicos, la noticia recorrió el mundo, pero con un titular muy mal intencionado. En ninguna parte el comunicado se acusa de crimen contra la humanidad a Greenpeace. Esta interpretación interesada fue hecha por algún editor o periodista y fue repetida por sus colegas, algunos con una inocencia y falta de profesionalismo, otros también con declarado interés. La ética periodística tiene así un ejemplo más de cómo también los comunicadores meten sus propios intereses antes que dar una información desinteresada del asunto. El caso pasa por la cuestión ética, una rama de la filosofía de una complejidad que ningún premio Nobel se ha animado a desentrañar hasta hoy.