El súbito desenlace de la polémica sobre la enmienda constitucional fue precedido por una compleja trama de cálculos y negociaciones que culminó en un golpe maestro que dejó sin respuesta al oficialismo. El proyecto de enmienda fue a parar al basurero hasta dentro de un año, cuando ya será tarde para reflotarlo.
Los cartistas más tozudos sostienen que aún pueden presentar un proyecto similar originado en la Cámara de Diputados. Ya se darán cuenta de que la idea, aparte de ser francamente anticonstitucional, generará un insoportable fastidio ciudadano. La reelección por el atajo de la enmienda, al parecer, es imposible. Eso deja furiosos a algunos que últimamente se volcaron al nostálgico hábito de chupar las medias del jefe.
Allá ellos con su frustración. Lo sucedido es bueno para la salud de la República. Un cambio en la Constitución Nacional no se hace a las apuradas, a votazos y con la intención de favorecer a una sola persona. Nuestra Carta Magna ha cumplido un cuarto de siglo. Ha satisfecho decorosamente su papel de salvaguardar a nuestra frágil democracia en su azaroso deambular institucional. No es perfecta, pero es la mejor Constitución que hemos tenido en dos siglos. Se ha vuelto vieja y necesita cambios. La posibilidad de la reelección es solo uno de ellos, ni siquiera el más importante.
Ha llegado la hora de una reforma, sin duda. Pero no hay una urgencia perentoria. Esta República puede seguir funcionando con ella hasta que haya un tiempo político más oportuno. Por ejemplo, los primeros meses del 2019. Entonces, habrá condiciones para recrear el ambiente pre Constituyente que hubo entre 1991 y 1992 y que permitió que los partidos políticos, las organizaciones civiles y sociales, los colectivos de mujeres, los indígenas, los cooperativistas, los poderes locales, las universidades y el periodismo discutieran qué Constitución querían.
Aquella vez los constituyentes tuvieron que construir la institucionalidad democrática desde sus cimientos, porque los cambios que hicieron a la Carta de 1967 fueron enormes. Hoy en día la tarea será más fácil, pues hay menos cosas que cambiar. Igual, hay que hacerlo sin apuro y meticulosamente, como para que dure por lo menos otro cuarto de siglo.
Por último, estoy seguro de que lo decidido por el Senado es lo mejor que le pudo pasar a Cartes. Dedicar tiempo, esfuerzo, recursos y concentración en conseguir su propia reelección, arruinaría su gestión presidencial. Su mente estaría permanentemente en otro lado. Ahora podrá dedicarse a gobernar. Quizás hasta sea recordado por algo que ningún predecesor suyo logró: un presidente que mostró lo mejor en sus dos últimos años de mandato.