En un clima algo desabrido los liberales eligen mañana nuevo presidente. No hay nada dramático en juego, excepto el posicionamiento de las fuerzas internas de cara al 2018.
Es curioso que la principal figura de estas elecciones estuviera ausente de la campaña proselitista. Blas Llano construyó en la última década una formidable estructura partidaria que se desplegará el domingo en todos los locales de votación. Autoridades de mesa, punteros barriales, transportes y un experimentado aparato de control electoral constituirán un ejército de hombres y mujeres disciplinados por una dependencia clientelar de municipios, gobernaciones y espacios de la administración central manejados por el partido.
Si Blas Llano hubiera sido un político carismático no perdería ninguna elección. Lamentablemente para él, no tiene un perfil ganador. Por eso se vio obligado a buscar otro candidato. No fue fácil encontrarlo, ya sabe usted que los recursos humanos son un déficit crónico de este país. Fue así como apareció el señor Amarilla, a quien a todo vapor intentan ascenderlo de líder de Villa Elisa a líder nacional.
Para peor, el candidato se dio cuenta enseguida de que la cercanía de Llano, antes que ayudar, complicaba su campaña.
Es que Llano está tan identificado con Horacio Cartes, y los liberales en general tan podridos de este inexplicable concubinato político, que era mejor que Llano se quedara en su casa. Llano, el más interesado en los resultados, miró la campaña por televisión. Y cruza los dedos, esperando que su poderosa estructura sea suficiente para que el ignoto Líder –una suerte de Alliana liberal– pueda vencer a Efraín Alegre.
Alegre tiene peso específico y quiere ser presidente del Paraguay. Pero sabe que si no es capaz de ganar esta interna, aquello se derrite. Es mucho más conocido que su oponente y sobreactúa –como debe ser en una campaña– su anticartismo. Si gana, manda a Llano a la llanura. Pero fue corroido por una crítica muy lógica: su incomprensiblemente larga ausencia pública luego de la derrota del 2013.
Hay más candidatos. Buzarquis, por ejemplo, quien parece asegurarse, cómodo, el tercer puesto. Nakayama, una novedad promisoria que se pone a prueba electoralmente. Herminio Ruiz Díaz –¿tiene sentido una elección del PLRA sin él?–, quien se presenta por enésima vez. Una dupla de lo más extraña: Darío Castagnino y Pilar Callizo. Y, por último, un odontólogo de Caaguazú llamado Contrera y un ingeniero de San Bernardino de apellido Büttner.
Dejando de lado –con el debido respeto– lo testimonial, lo interesante será saber si Alegre será capaz de vencer al aparato y al candidato de Llano.
O lo que es lo mismo, si el PLRA dejará de ser un satélite del Partido Colorado para recuperar una silueta opositora y con identidad propia. Por ahora, sus elecciones están impregnadas de cartismo. Se enfrentan cartistas vergonzosos contra anticartistas forzados por las circunstancias.