El próximo lunes presento el libro La travesía liberal del desierto que trata sobre los partidos liberales durante el Gobierno de Stroessner. Pongo al liberalismo en plural, pues en un momento dado llegaron a ser seis o siete partidos.
¿A quién le interesan las derrotas?, me preguntaron algunos amigos al enterarse el tema de investigación que había elegido. Era un partido que había permanecido en la llanura desde que el avión que llevaba al general Estigarribia se estrellara en Altos, en 1940. Sin embargo, había aristas interesantes: nadie se había ocupado antes del asunto y casi ninguno de los protagonistas había dejado memorias escritas. Existía, pues, una gran laguna sobre un extenso periodo de nuestra historia.
Esos años habían sido estudiados desde la visión oficial, desde los relatos de las víctimas de la represión y desde ciertos sucesos específicos, pero nada de eso daba respuesta a una pregunta importante: ¿qué había pasado, mientras tanto, al interior del principal partido de oposición? Imposible explicar el stronismo sin conocer quién y cómo lo enfrentaron políticamente. Por otra parte, al develar ese pasado de 35 años de oposición al dictador, se encontrarán algunas pistas que expliquen por qué lo que parecía el fin del desierto –su caída en 1989– era un espejismo. Más allá, había más desierto...
Comprobé algo que presumía. El estereotipo de los dirigentes liberales paraguayos fue mutando con el tiempo. De aquellos personajes austeros, honestos, que luego de ocupar cargos públicos importantes dejaban como legado solo una nutrida biblioteca, a los de hoy, media una distancia de dimensiones amazónicas. Con las correspondientes excepciones, obviamente. Buena parte de la dirigencia actual se ha vuelto más popular, más parecida a los liderazgos tradicionales colorados. Solo que han copiado en exceso. También se parecen a ellos en su desapego a la honestidad y a ciertos valores éticos.
El antiguo estilo liberal de hacer política y el actual, empero, no cambiaron en dos aspectos: una patológica vocación caníbal y un invencible conservadurismo. En cuanto a lo primero, lo que ha variado es que antes los disconformes creaban nuevos partidos y ahora no. El internismo caótico continúa, pero nadie opta por la intemperie. La segura carpa del PLRA no se abandona. Lo segundo es curioso y debería hacer pensar sobre la ideología del partido. El dirigente más influyente de los últimos diez años de dictadura y los siguientes diez de democracia fue Domingo Laíno, el menos conservador de todos ellos.
Es una historia construida por héroes que resistieron exilios, torturas y exclusiones. Pero también por oportunistas que se vendieron por mendrugos y traicionaron sin escrúpulos a su partido. Una historia paraguayamente humana, en definitiva.