Leer es una de las herramientas más poderosas para hallar algo que todo ser humano busca en esta vida: el sentido de las cosas. La lectura vacía de comprensión es un desperdicio. Y la comprensión es un estadio de la razón al que se llega con más facilidad gracias a la lectura. No es poca cosa, si lo pensamos bien. Incluso, muchos de los fracasos educativos de nuestro sistema se deben a que la lectura sigue siendo vista como una especie de esnobismo de “gente tekorei”.
¿Por qué no hay más bibliotecas públicas, más libros de bajo costo, más programas de lectura sostenida en el cole o de alto nivel de lectura en la universidad?
Pregunte a los jóvenes cuántos están preparándose para dedicarse a escribir o a ganar dinero como empresarios de la industria editorial. No es el sueño del pibe porque la lectura está fuera de nuestro esquema cultural. Y, ojo, que me refiero a que ni los libros gratuitos de internet son muy aprovechados, conste que también son una fuente válida de acercamiento a la lectura.
Se nota que no leemos por la escasa producción cultural (incluso en el humor), por la pobre interpretación de la realidad que no sería así si hubiéramos leído más de historia, literatura clásica, pensamiento político, etcétera.
Hay personas que pagan a otros para que les escriban la tesis de grado, no porque no sepan de sus respectivas áreas de formación, sino porque en el fondo se sienten incapaces de expresar ordenada y claramente sus ideas. El que lee sí sabe expresarse.
Ojo, la lectura de los niños, igual que los programas de la tele y los sitios de internet, deben ser bajo guía de adultos. No empecemos su contacto con libros por el bodrio de las obras cultistas; ¿quién no iría por más libros, si el inicio se hubiera dado con las aventuras del intrépido Tom Sawyer o de los simpáticos hobbits de Bolsón Cerrado? Pruebe a ver qué dicen los chicos de 6 de las fábulas de Samaniego. ¡Le sorprenderán construyendo sus propias rimas!
Por último, leer es un acto humano y, por ende, libre porque en él se juega nuestra inteligencia y nuestra voluntad. ¿Queremos ciudadanos capaces de autodirigirse hacia el bien o presas fáciles de manipuladores y titiriteros? Si optamos por lo segundo, sigamos apartando los buenos libros de la experiencia cotidiana de los niños.