28 mar. 2024

Le dijeron que nunca sería actor y ahora protagoniza Los Buscadores

¿Quién es Tomás Arredondo y cómo consiguió el papel protagónico en Los Buscadores? Sus inicios como actor y su sueño hecho realidad, en esta nota.

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Tomás Arredondo, en el rodaje de Los Buscadores. Gentileza.

El sueño de Tomás era actuar en una película. De niño, con sus hermanos, se grababa con una cámara digital, simulando ser un personaje de ficción. A los 13 años, tenía ganas de estudiar actuación, pero como vivía en Concepción y los talleres actorales estaban centralizados en Asunción, se resignaba pensando que en algún momento será, que no importa, y se calmaba.

El Centro Regional de Educación, donde hizo su bachillerato, incluyó la materia de teatro y eso lo motivó. Era algo que le hacía desear volver al colegio. Y también motivó a su madre, quien le hizo disfraces para distintas ocasiones. En 2012 oyó hablar de un taller a cargo de Édgar Vera, un profesor de Villarrica cuya función era dirigir un elenco para una obra enfocada en la educación sexual. Tomás se unió entusiasmado.

En su colegio se preparaba en simultáneo una obra dirigida por la profesora de la materia de Comunicación, basada en la novela Verónika decide morir, de Paulo Coelho. A Tomás le preocupaba el rol protagónico que le habían dado en el taller de teatro.

Dejó de lado lo que hacían en el colegio y pensó que podría con las dos obras, que recordaría los parlamentos. Pero se le olvidaron, y cuando estaba sobre el escenario escolar, su silencio solo provocó más silencio entre el público que lo observaba. Ya no recuerda cómo, pero sus compañeros hicieron algo que le permitió recordar vagamente sus líneas y dejó que la obra siguiera hasta el final.

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Niño seudoteatro, nunca vas a ser actor así. Sus compañeros se burlaron de él, impulsados por un error de adolescentes que hizo que Tomás pensara en dejar la actuación. Tenía miedo que le pasara lo mismo en la otra obra. Y sus compañeros, para animarlo, le decían que si te olvidas tu parte te haces el muerto y seguimos sin vos.

Sucedió que fue muy aplaudido, contra sus propios pronósticos. La obra se llevó al escenario central del Centro Regional de Pilar. Y como es de esperarse de los escolares, que fueron la mayoría en el público, se oyeron silbidos, gritos, nada grave, pero que pusieron nervioso a Tomás, que recuerda esto como un punto alto en su vida de actor.

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Quería seguir actuando, leyó que se haría otro taller de actuación. Preguntó a sus padres si podría ir. La encargada era una alumna del Taller Integral de Actuación, creado por los realizadores paraguayos Tana Schémbori y Juan Carlos Maneglia.

Como en el anterior taller, donde Tomás no recuerda si eran apenas diez o quince personas, ahora el número era parecido; lo cual, sin embargo, nunca lo alejó de estos círculos, consciente de su necesidad en una ciudad como en la que vivía.

Se dedicó a aprender todas las técnicas que se enseñaban. Y antes de cumplirse un año supo que en Asunción se organizarían castings para participar en una película, cuyos directores serían los fundadores del taller.

La profesora invitó a los interesados y preparó grabaciones para enviarlas a la capital. Tomás sintió esperanzas, al menos durante la primera semana. Pero como no le llamaron, pasaron los días y él supo que cientos de personas profesionales participarían, sus esperanzas fueron desvaneciéndose. Pero volvieron a aparecer cuando lo llamaron luego de varias semanas, pidiéndole que viniera a Asunción para pasar por un proceso de pruebas con otros actores.

En la productora, bulto sobre la espalda, vio una fila muy larga de personas esperando. Esa imagen volvió a desanimarlo. ¿Por qué te pusiste así? Porque tenía miedo, había tanta gente profesional y no tenía confianza.

Ver entrar y salir a diferentes actores se volvió una imagen que lo persiguió por varias semanas, hasta el momento en que le hicieron el segundo llamado para que volviera a Asunción, viaje largo mediante, para una segunda prueba.

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Volvió, probó, su confianza aumentó. Y, de regreso a su casa en Concepción, se mantuvo expectante. Pero ya no lo llamaron. Pasaron las fiestas de diciembre, el verano insoportable de enero, sin noticias. Y entretanto conoció a una joven que sí lo llamaba y lo quería.

Pero su nueva novia, quien, como él, todavía se formaba camino a un futuro impredecible, aunque lo quisiera mucho había decidido viajar a Asunción para estudiar en la universidad. ¿Y no le pediste que se quedara? No podía hacer eso, pero dijimos que vamos a ver qué hacemos, que veremos cómo salvamos la relación.

Ella llegó a Asunción en febrero, lo cual fue toda una casualidad. Fue el mismo mes en que volvieron a llamar a Tomás para repetir el casting. Tomó sus cosas y se hizo una promesa: si lo escogían recorrería toda su ciudad, como un homenaje a su victoria.

Quedaron seis personas, tres mujeres, tres hombres, entre ellos Tomás. En las pruebas, que ya se habían convertido en escenas más elaboradas, los actores debían demostrar química, que podrían llevar una película en la que serían vistos como pareja.

Las interpretaciones se grabaron una, dos, tres veces, hasta que Tomás, de nuevo inseguro, creyó que no quedaría porque el otro Manu tenía todas las características físicas que se necesitaban para encarnar al protagonista, un joven vendedor de diarios. La piel morocha, el pelo corto. Tomás, de pelo largo, piel blanca, era su antítesis.

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Las pruebas terminaron, un cumpleaños se festejaba. Él esperaba sentado en la productora, pendiente de la persona que volvería a acompañarlo hasta la terminal de Asunción, para su acostumbrado viaje de regreso a Concepción, a donde él creía que volvería con desánimo. Pero algo inesperado sucedió.

Mientras celebraban, en una cocina, yo me acerqué y los acompañé, y entonces llegó Tana y dijo ‘Bueno, les cuento un secreto, pero no debe salir de acá’. La realizadora miraba su teléfono y a quienes tenía frente a ella: ‘Ya tenemos a nuestro buscador’.

Quienes estaban ahí seguían la mirada de ella, que a su vez se fijaba en Tomás, incapaz de entender por qué le estaba mirando. Y como todos aplauden, yo también aplaudo, y Tana dice: ¡Sos vos! Y pienso: esto no puede ser, no creo lo que me están diciendo. Y después de unos segundos de vacilar, de pensar que estaban mintiendo, digo gracias, sonrisa en el rostro, las manos aplaudiendo, gracias, gracias, gracias.

Se preparó para volver a su ciudad, debía cumplir su promesa, pensar en lo que haría, tal vez mudarse, pero antes de eso lo invitaron a una función de la película Ore Ru, que me hizo pensar en todo lo que pasé y en cómo todo eso se estaba uniendo. Imaginate, un chico de Concepción como yo queda para la película de los mejores directores del Paraguay.

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Pensar en mudarse inevitablemente le hizo pensar en su novia, que se había ido de su ciudad para estudiar. Sí, ella fue uno de los pilares. Hubiese sido difícil mudarme solo acá en Asunción, sin un apoyo emotivo que me contenga en un momento difícil.

Cuando Tomás volvió a su ciudad, creyendo que era un joven bendecido, elegido por algo inexplicable, eran las cinco de la mañana y había lluvia y oscuridad. No importaba. Bajó del colectivo, caminó un trayecto de cuatro kilómetros, con las miradas de personas puestas en él, preguntándose tal vez por qué camina bajo la lluvia con esos bultos.

Caminé pensando en todo el proceso que pasé, en qué se puede venir más adelante. Iba sin prisas, con una sonrisa de incrédulo en su rostro, abstraído mientras llegaba el amanecer. La luz del sol sobre la iglesia San José, sobre un monumento a María Auxiliadora. Tomás, con mucho sueño, estaba demasiado ocupado pensando y no podía dormir.

Se lo dijo a su mamá, a su profesora, a sus compañeros. Tres de ellos, del mismo taller de actuación, también formaron parte de la película, cuyo rodaje empezó a finales de febrero. Y cuando sus padres se despidieron de él, su hermana había llorado, pero él no lo supo hasta que se lo contaron. Tomás sonríe al recordar ese momento, pensando en la contradicción que significa ser una persona fuerte, como ella, y al mismo tiempo llorar por una despedida.

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Establecido en la casa de sus tíos, en Asunción, inició rápidamente su trabajo de actor, siguiendo una de las primeras indicaciones del equipo de la película: buscar espejos, personas a quienes interpretarían en la película. ¿En dónde? En la Chacarita, donde se dividieron en grupos, guiados por personas conocedoras del lugar, y estudiaron a la gente, sus vidas, sus comportamientos, sus maneras de hablar.

Yo estaba con un poco de preocupación, pero los referentes nos hicieron conocer personas súper buenas, amables, y nos dijeron que la gente en este barrio es así, y no como piensa la gente por culpa de los robos que se registran en ese lugar.

Sintió el cariño y la atención de los pobladores. Observó, habló, preguntó, memorizó. Pero no encontró a ningún joven canillita. En el barrio solo conoció a uno ya muy adulto, que no era compatible con el personaje que le encargaron interpretar.

Se puso a investigar y encontró por casualidad a un canillita de su edad que trabajaba en el barrio de sus tíos. Lo acompañó, vio cómo repartía sus diarios y encontró en él semejanzas con el personaje de Manuel, un joven humilde, trabajador, tranquilo, con una rutina que empieza en la madrugada y le deja estudiar y tener un amorío.

El personaje, estudiado, observado, pronto se puso al servicio del guion de la película, donde su vida de repartidor de diarios cobra un sentido diferente gracias a un mapa del tesoro descubierto de manera casual, como también fue el encuentro del repartidor al que Tomás conoció e interpretó durante cuatro meses.

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Noche y frío. Los actores, abrigados, aguardaban una señal. En la escena que grababan ocurre una persecución. Fue una ocasión especial, donde se pidió a un montón de gente que hiciera de extra. El ambiente se sentía especial, parecía que no pasaba el tiempo, que nunca íbamos a terminar, y estábamos a contrarreloj, porque la escena era nocturna y el cielo ya se aclaraba.

Repitieron parlamentos, acciones. Sin saber si se logró la escena final, se mantuvieron en sus lugares iniciales, expectantes. Y de pronto, luces artificiales en el cielo.

Y nos preguntamos: ¿qué pasa? El rodaje había terminado y con eso llegaron los abrazos, las felicitaciones y el tiempo había vuelto a cambiar. Pensábamos que todo había pasado muy lento, pero ahora parecía que todo pasó muy rápido. Y no querían que terminara. Es cierto, por un lado estaban felices porque sentían que habían finalizado un gran trabajo. Pero también estaban tristes porque esa experiencia especial, de luces, de nervios y de aventura, ya nunca más volvería a repetirse.

El niño seudoteatro, el actor que nunca sería un actor, sintió que había alcanzado su sueño. Y ahora se prepara para vivir la experiencia de verse a sí mismo no en medio de un crimen en la televisión, como el personaje de Víctor de 7 Cajas, sino actuando ante una sala de cine, con sus compañeros del elenco y los directores que lo eligieron.

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