24 abr. 2024

Las balas prestadas

Guido Rodríguez Alcalá

En una comisaría del Paraguay de cuyo nombre no quiero acordarme, el oficial que terminaba la guardia vaciaba el cargador de su pistola para entregar las balas al camarada que lo reemplazaba. Lo que el presupuesto le daba a esa comisaría para comprarse balas era tan poco, que se debían prestar las pocas que podían comprarse con ese dinero.

No sé cómo habrán quedado las cosas en esa repartición policial, porque han pasado ya varios años, sin que haya cambiado la situación general: los agentes de seguridad no reciben los recursos necesarios para cumplir sus funciones.

Nos escandalizamos al oír que, durante el gran asalto de Ciudad del Este, los policías no tenían suficientes balas para enfrentar a los delincuentes. Casi me atrevería a decir que con eso se evitaron muertes inútiles.

Sabino Ramón Benítez, al oír los primeros disparos, acudió al lugar del hecho y fue ultimado en el acto. No podía ser de otra manera: ese valiente oficial tenía una pistola calibre nueve milímetros, impotente frente a los fusiles kalachnikoff de los bandidos. Ellos, además de fusiles automáticos, contaban con granadas de mano, vehículos blindados y otros recursos ajenos a las fuerzas policiales.

Hubiera sido una lucha de David contra Goliat, que por desgracia hubiera terminado con el triunfo de Goliat.

Por otra parte, he leído en ABC una información significativa: mientras que faltaban efectivos para defender el asaltado local de Prosegur, había demasiados policías ocupados como guardaespaldas de ciertos políticos locales, con dinero suficiente para pagarse una guardia privada.

No es el único caso en que se emplean mal los recursos humanos, y la culpa no es de la Policía, sino del sistema. Lo digo sin negar la corrupción existente, que solo es una parte del problema.

La otra parte, la que no se suele ver, es la falta de voluntad para organizar racionalmente los recursos, personales y humanos, en las dependencias del Estado.

No se da lo necesario a los funcionarios públicos que cumplen con su deber, como el oficial Benítez, y se da lo que no se debe dar a las secretarias de oro, planilleros y parásitos de toda laya.

Se da protección policial a ciertos asaltantes que nunca van a ser asaltados por sus colegas; el ciudadano común está desprotegido. Faltan armas para combatir a la delincuencia organizada; se regalan pasajes a Cancún a parlamentarios.

En este agitado mes de abril, el Gobierno es una suerte de invernadero político, completamente ajeno al clima político del resto del país.

En ese gobierno-invernadero, florecen las especies más exóticas, las transacciones más descabelladas por el rekutu. ¡Che Dios!

Si el primer periodo de Cartes ha sido este, ¡lo que será el segundo! Suponiendo que sea solamente el segundo, porque él y los de su equipo quieren quedarse por mucho tiempo.

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