Es tan triste nuestra realidad repetitiva. La misma desgracia una y otra vez y sin embargo no somos aun capaces de sobrellevar las inundaciones. Es cierto que tal problema tiene dos caras. Una es la de infraestructura, pues a pesar de ser tener tantas ciudades ribereñas, nuestra capital Asunción entre ellas, todavía no hemos podido adecuarlas a las subidas estacionales de nuestros ríos. En siglos, hemos aprendido que tales fenómenos se repiten año a año, y sin embargo seguimos recibiéndolos mal preparados.
La otra cara es la social. Si hay tantos miles de compatriotas que pasan la mitad de su vida como damnificados, es a consecuencia de una injusticia social que arrastramos también históricamente. Si no hemos podido solucionar la parte de infraestructura, menos aún hemos podido solucionar la profunda desigualdad que nos afecta como sociedad y que nos lleva a ver casi como un fenómeno natural a la gente pobre viviendo en condiciones miserables a la vera de los ríos, cuando no tiene nada de natural, lo que lo convierte en hecho que puede ser solucionado con políticas sociales eficientes.
La realidad del damnificado la conocemos desde que tenemos conciencia de nación, muchas décadas antes de que Maneco Galeano escribiera que “la crecida del río llegó con su canto de penas y angustias"; y sin embargo así nos va, improvisando siempre. Las municipalidades, las gobernaciones, el Estado, no conocen el concepto de previsión, algo tan caro al urbanismo inteligente. Asunción, que es la ciudad que conozco, es solo un botón de muestra del caos en nos acostumbramos a vivir. Su tráfico lo soportamos estresados, cuando llueve ya sabemos lo que nos espera, y cuando el río crece también. Vivimos en la resignación que ahora vemos en la cara del expulsado por el río.
Nuestra ciudad tiene cinturones, pero no de seguridad, sino de pobreza. Aquellos rostros que no queremos ver viven en la periferia, y ahora son obligados por el río a establecer sus vidas cerca de nosotros. A muchos molesta esto, los prefieren lejos, donde siempre han pertenecido. Cuando alguna vez dejemos de ser una sociedad con líderes que no previenen, que no organizan la vida comunitaria de forma sistémica sino que solo se pasan apagando incendios coyunturales e interviniendo fachadas en busca del voto de los ciudadanos de vista corta, cuando la urbanidad sea un concepto armonioso con la naturaleza, no solo ya no habrá damnificados, sino que los cinturones de pobreza desaparecerán y los niños que suben riendo desde “el bajo” seguirán riendo, pero porque ya no habrá “subidas ni bajadas” sociales que nos diferencien.