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Es muy difícil encontrar un título cinematográfico realizado en stop-motion que no haya sido considerado una maravilla visual en su momento. Kubo llega ahora para poner el listón mucho más arriba. Esta película suma a esta técnica tan cuidadosa más adelantos tecnológicos para lograr esa calidad que el espectador aprecia en la pantalla. Estamos así ante una obra que en cada cuidado de los detalles más mínimos, demuestra un trabajo en equipo impresionante.
La magia que siempre fluye del stop-motion se suma a la mítica historia que Kubo protagoniza. Desde su inicio la película se presenta como una historia donde lo escatológico será el condimento principal; algo que no es muy difícil pues al ocurrir en el milenario Japón impregna todo de un aire oriental que siempre a nuestros ojos e imaginación es sinónimo de espiritualidad.
Su estructura narrativa opta por el arquetipo del héroe que sale a buscar su identidad en un viaje de exploración espacial y temporal, pues Kubo también viaja al pasado por así decirlo. Es la única forma de saber quién es él realmente. A lo largo del camino se le irán dando revelaciones al respecto, mientras el peligro lo acechará en todo momento.
El desenlace repentinamente desentona con todo lo anterior que venía ocurriendo. Hay, para nuestro entender, huecos en el guion que dejan una sensación de desajuste y falta de explicación de situaciones y personajes. La decisión por este final puede explicarse por el hecho de que está dirigida esencialmente a un público infantil, al que hay que ofrecer seguramente finales más edificantes.
A pesar de que el ingrediente cómico aparece cada tanto, no es estrictamente del género comedia pues en el fondo es un drama de búsqueda interior y personal. En general es recomendable por su factura visual, lo que siempre es un atractivo cuando de cine se trata.
Calificación: *** (buena)