Uno de los peores legados del gobierno de Cartes ha sido sustituir todas las instituciones del Estado por formas paraestatales desde las cuales se gobernó el país. La unidad de medida de este poder es hacer todo lo opuesto a lo que mandan la Constitución, las leyes o el sentido común. Así podríamos afirmar que por primera vez el país se gobernó desde una fundación llamada Ñande Paraguay –que en verdad tendría que haber sido llamada “Ore Paraguay” –con todos sus gerentes de empresa tomando el control del Estado en el sentido excluyente del “nosotros” en guaraní. Los ministros nunca mandaron nada y solo estaban para guardar las formas, los que tenían ese rango fueron un montón, algunos cobrando, otros traficando influencias o usando el rango a su antojo, como el caso de Filártiga, para quien el rango solo tenía un valor crematístico y simbólico que servía para tener 14 guardias militares en la casa, cobrar como secretario de Estado, pero no tener que renunciar si fuera candidato a senador como ahora. Lo que menos importó fue guardar las formas. El poder ha significado durante este quinquenio hacer todo aquello que ataque el sentido de las instituciones, el valor de los cargos y el espíritu de República.
Si la Constitución afirma que el Consejo de Ministro debería reunirse con cierta periodicidad, pues no había ni consejo, ni fechas y, por supuesto... ni reuniones ni ministros. Para qué si desde la fundación se ordenaba lo que tendría que ser hecho. Si la Constitución decía que no podía ser reelecto o que solo podía ser senador vitalicio se cargaban contra estos mandatos so pretexto de que el poder no debería tener límites algunos. Por estas razones se llamó dictadura a la que se fue el 3 de febrero de 1989. La prepotencia, el sometimiento de las instituciones y la asunción absoluta que nada importaba más que el ejercicio del poder para demostrar estar por encima de todo dominó el país por más de 30 años. Contra eso, una gran parte del país apoyó el golpe del general Rodríguez.
Hoy vemos que mientras la tendencia mundial desde Francia a la Argentina es ajustar al poder a los criterios de racionalidad, buen juicio y respeto a la sociedad limitando los casos de nepotismo, en nuestro país con leyes existentes el presidente acaba de nombrar a otro Martínez de ministro del Interior, sumándose al de Defensa ejercido por su padre y al de Justicia, por su hermano. Paraguay, a contramano de nuevo a las tendencias mundiales, mostrando con claridad que “nuestras costumbres no tienen nada que se parezca a otra nación...”.
El puerto de Concepción y la de la concesionaria Tape Porã pertenecen al padre del ministro de obras. Este afirmó que desconocía ese detalle. La primera ha generado un levantamiento de los camioneros oponiéndose al ingreso de los bitrenes de Brasil cosa que jamás los vecinos -si fuera al revés la situación- lo hubieran permitido. Pero como Cartes les dijo que “usaran y abusaran del Paraguay” nuestros hermanos del Este han tomado su palabra con la complicidad de los intereses que rodean a la familia del poder que no percibe el malestar ciudadano que ello genera.
Los casos de conflictos de interés son cada vez mas temas claves en el manejo de la democracia. Si para nosotros todo eso es “zoncera rei” no debemos lamentarnos los graves problemas de gestión que tenemos, la escasa institucionalidad que construimos o la marginalidad en la que vivimos.
Debemos aprender a respetar la Constitución, las leyes, instituciones y el sentido común de la gente si pretendemos que la democracia sea un sistema político aquerenciado en el país. Todo lo opuesto es rémora dictatorial que no garantiza la vida a nadie, incluidos a los que medran con sus intereses de ocasión.