En los 28 años de democracia que vive nuestro país la constante han sido el conflicto, el enfrentamiento y la ingobernabilidad política. La palabra “gobernabilidad” es una palabra polisémica, es decir, que tiene muchos significados e interpretaciones. La que más me gusta es la interpretación que mi apreciado amigo Daniel Mendonca expone en su libro Democracia vulnerable.
En este libro se asimila el sistema político a una maquinaria que recibe inputs o entradas, que son procesadas en su interior, para finalmente producir outputs o salidas.
Los inputs que entran al sistema son las demandas sociales, económicas y políticas que realizan los diversos sectores de la sociedad, que deben ser procesadas por los diferentes estamentos del Estado, para finalmente producir los outputs, que son las leyes, los decretos y las ordenanzas promulgadas para satisfacer o resolver los diferentes reclamos.
“Si un gobierno recibe demandas y no las satisface o recibe apoyos y no los recompensa, tendrá dificultades para mantenerse en el poder”, dice Mendonca.
Bajo este modelo de análisis, la ingobernabilidad política se produce cuando hay un desequilibrio entre las demandas recibidas y las respuestas concedidas.
En una dictadura el equilibrio se obtiene reprimiendo las demandas. Pero en una democracia, donde las demandas son casi ilimitadas mientras los recursos son limitados, la única manera de restablecer el equilibrio es aumentando las respuestas.
Si aún con eso no puede restablecerse el equilibrio, debe aparecer un liderazgo de gran calidad que haga pedagogía a la población para que ella voluntariamente autolimite sus reclamos.
Esa pedagogía la hizo Winston Churchill cuando en vísperas de la entrada de Inglaterra a la Segunda Guerra Mundial, pronunció un famoso discurso donde ante la decepción, la incertidumbre y el miedo del pueblo británico les dijo “no tengo nada más que ofrecer que sangre, sudor y lágrimas”.
Ese mensaje hizo que el pueblo británico se uniera en torno a su líder y estuviera dispuesto a soportar las cargas más pesadas y a ofrendar hasta la vida si fuera necesario para defender a su nación ante el peligro.
En estos 28 años de democracia vivimos de crisis en crisis, a mi criterio, no porque tuviéramos un mal diseño constitucional, sino porque nuestros dirigentes no estuvieron a la altura de las circunstancias.
La ingobernabilidad política se debió en gran parte a los diversos enfrentamientos entre nuestros líderes políticos. El primer enfrentamiento fue entre Wasmosy y Argaña y entre este y Lino Oviedo. Estos enfrentamientos generaron ingobernabilidad desde 1993 hasta 1998, y culminaron con el trágico Marzo Paraguayo, con el asesinato de Argaña, con la renuncia de Cubas y con el exilio de Oviedo.
Después vinieron los enfrentamientos entre los presidentes y los vicepresidentes. Entre González Macchi y Yoyito Franco, entre Nicanor y Castiglioni, y entre Lugo y Franco, que en este último caso culminó con el juicio político y la destitución del presidente.
De los seis presidentes que tuvimos antes de Cartes en estos años de democracia, uno tuvo una ilegitimidad de origen... Wasmosy; dos no pudieron terminar sus mandatos... Cubas y Lugo; dos no llegaron a la presidencia como resultado de una votación... González Macchi y Franco, y solamente uno tuvo legitimidad de origen y pudo terminar su mandato... Nicanor.
Recuerdo que hace unos años un embajador norteamericano en el Paraguay se preguntaba si nuestro problema era que el auto no funcionaba bien o eran los choferes que no sabían conducirlo.
Una respuesta adecuada a esta pregunta es fundamental en un momento en que estamos entrando en un nuevo turbulento proceso electoral y muchos tienen en la mira la reforma de la Constitución después del 2018, pues creen que ella es la culpable de nuestros males.
¿Quién será el culpable?, ¿el auto o el chofer?