Hemos pasado una generación viviendo bajo un sistema político definido como de oportunidades y debemos concluir que la afirmación de Thomas Jefferson que para que ella sea tal –la democracia– cada persona debe estar segura de que tendrá al menos una en su vida. Los campesinos han convertido las marchas en un rito anual y la Cámara que los debería representar –la de Diputados– les respondió con un pedido de condecoración con la Orden Comuneros (¡). Vinieron por tierras, créditos, apoyo gubernamental, industrialización, etc., y sus pares campesinos les quieren dar una escarapela. Parece un chiste, pero las cosas son así en este país, donde la ingenuidad es parte del “espíritu de la raza”. Hasta es probable que la Federación Campesina acepte y vaya contenta con la condecoración y muchos terminen peleándose por dónde colocarla.
Somos más que un pueblo manso y sin educación... somos ingenuos, donde los más listos se aprovechan desvergonzadamente de los pobres, de los campesinos y de los más tontos. Hubo un presidente que prometió que vivirían felices en sus kokue akã. Cuando terminó su mandato se había comprado una mansión en el coqueto barrio de la Recoleta en Buenos Aires, donde cuando era pobre y campesino pensaba emigrar alguna vez. Adquirió toda una manzana en el barrio Herrera de Asunción, se hizo de cinco estancias e intentó vanamente ser socio del Centenario y, de paso, condenó a los diplomáticos por haraganes para terminar igual que ellos. Lo peor es que cree que todos somos tan ingenuos que hasta amenaza con volver a la política. En otro país no podría salir de su escondite por las furiosas reacciones que tendrían contra él y por la vergüenza de sus actos.
Un jefe de torturadores como Duarte Vera comentó una vez que tuvo miedo cuando, haciendo fila en un banco, un torturado personalmente por él se encontraba detrás suyo y sorpresivamente lo saludó con una cortesía extraordinaria. “Pueblo manso ha vyro niko la paraguayo”... terminó sacando como conclusión. La ausencia de memoria y la manera desfachatada de tratar a los más humildes y carenciados han llevado a despreciar toda razón de dignidad. El subsidio de G. 290.000 por mes, el que se da a los ancianos, el que se roba en los programas agrícolas, hacen parte de la cadena de insultos a la dignidad de los agricultores convertidos hoy solo en campesinos. Han olvidado incluso cómo y qué cultivar porque les han despojado de algo más valioso que las herramientas de labranza o de tierra: su dignidad. “Che mboriahu, pero che delicado” (soy pobre, pero digno), es historia. Los han vaciado de su honra que hoy tienen que recordarnos anualmente que son tan paraguayos como nosotros, y que requieren ser tratados como tales y no como marginales al servicio de cualquier pícaro y embustero que hable algo de guaraní.
Las marchas nos recuerdan la búsqueda de la tierra sin mal, aunque en el fondo solo nos sirven para referenciar la falta de amor hacia las cosas comunes y al origen de gran parte de este pueblo alguna vez digno, delicado y honesto, al que le han forzado a vivir de los mendrugos, la humillación y las mentiras.
La metáfora de la condecoración, aunque sea repugnante, sirve por lo menos para conocer más lo que tienen dentro de su corazón los que condecoran hacia los ingenuos condecorados.