Conquistar y retener el poder a través de cualquier medio. Es la maquiavélica habilidad del congresista Frank Underwood, quien llega a la presidencia de los Estados Unidos pisoteando leyes, destruyendo vidas, sembrando corrupción y mentiras, guardando cadáveres en el armario y torciendo la propia Constitución.
Interpretada por el genial actor Kevin Spacey, House of Cards (Castillo de Naipes), la premiada producción de Netflix, se ha convertido en la mejor serie de ficción política en la televisión mundial.
La cautivante historia, que atrapa a millones de espectadores en cada temporada, ha sido superada sin embargo por otra telenovela real que desde hace algún tiempo se desarrolla en el mundo político paraguayo, donde el protagonista es un ambicioso empresario de orígenes fronterizos, que supo desplegar el más complejo y millonario operativo para apropiarse del poder, y que ahora se enfrenta a asumir si podrá realizar o no la segunda temporada.
Este Underwood criollo no necesitó pasar por el Congreso para llegar a la presidencia, como su émulo de ficción. Le bastó con comprar (o alquilar) a un centenario partido en crisis, caído a la llanura tras seis décadas en el poder, al cual él nunca antes había pertenecido, ni siquiera figuraba en el Registro Electoral.
Aunque el estatuto del partido centenario exigía 10 años de antigüedad como afiliado para ser candidato, él lo pudo solucionar montando una convención y repartiendo mucho dinero entre los convencionales, que aceptaron generosamente suprimir aquel odioso impedimento.
Ya en el Gobierno, nuestro Frank local pudo lograr que una mayoría de legisladores se le someta dócilmente en los primeros tiempos, fabricando leyes a medida para militarizar el país y ofrecer facilidad de inversiones al mejor postor, como “la mujer linda y fácil” de su modelo de nación.
Cuando su autoritario estilo de gobernar y sus muchos traspiés políticos se hicieron más patentes, varios de sus aliados en el partido centenario se le volvieron en contra. Entonces no tuvo otra opción que financiar una millonaria campaña para hacer elegir presidente del partido a un maleable delfín, llegando a jactarse de que los 18 millones de dólares que se gastaron los puso de su propio bolsillo.
En esa secuencia de la historia, era lógico que nuestra House of Cards en versión paraguaya apuntase a una segunda temporada. Aunque la Constitución prohíbe la reelección, ¿acaso sería problema para Frank Underwood?
Pero hasta Maquiavelo tiene sus límites. Por más dinero que corra para la compra de más votos y conciencias, parece que hay una creciente conciencia ciudadana que no está precisamente en venta.
Así que ahora nos queda por ver si nuestra promocionada serie política local va a continuar... o acaso se quedará inevitablemente trunca.