25 abr. 2024

Hombres de armas tomar

El oficio de armero civil no es muy conocido ni frecuente en el país. Los que se dedican a esta profesión tampoco son numerosos y en la actualidad es una actividad que complementa a otras más lucrativas. Ellos nos cuentan sus historias.

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Fotos: Fernando Franceschelli.

El taller no es más que una pieza pequeña, con una o dos mesas y algunas herramientas. Casi parece el lugar donde opera un joyero, o un relojero; y esta semejanza, en algunas ocasiones, no es casual, porque reparar un arma de fuego, y su mecanismo, es una tarea que también exige mucha precisión y paciencia.
“Lo que más hago es restauración. Me traen escopetas del abuelo, revólveres que se les oxidaron, para que los restaure, porque quieren exhibirlos. Hago pavonado, niquelado, algunas reparaciones, restauraciones de madera. Algunas piezas las puedo fabricar, otras no se pueden”, cuenta Rodolfo Duré, quien trabaja en su propio taller de armería desde hace cinco años.
En Paraguay no hay escuelas o instituciones que enseñen el oficio de armero. Por lo general, se trata de una profesión en la que los conocimientos son transmitidos de generación en generación, por tradición familiar. Además, están los casos en los que la instrucción provino de algún militar armero o de alguna empresa de seguridad privada.

Rodolfo Duré era empleado de la desaparecida empresa VIP Security, donde estuvo durante diez años. Comenzó trabajando con el dueño de la firma, Carlos Aquino, quien le enseñó la profesión. Después, cuando la empresa abrió una armería en el barrio Trinidad, se desempeñó en ese lugar como armero y hasta tuvo la oportunidad de hacer un curso sobre armas de la marca Glock, impartido por la filial estadounidense de la firma austriaca.
Rodolfo Duré.

Rodolfo Duré.


“Cuando la empresa quebró, muchos quedamos con una mano atrás y otra adelante. Y ahí me animé a montar mi propio taller con la ayuda de unos amigos, gente a quien conocía, quienes me dieron trabajo. Obtuve mi licencia de la Dimabel y así comencé a trabajar”, relata Duré.
Un veterano del oficio es Francisco Rolón, quien a sus 60 años todavía repara armas en Artesanos, su local ubicado en Estados Unidos y Fulgencio R. Moreno, en el centro de Asunción. Su acercamiento a la profesión empezó en 1971, cuando con 14 años su padre lo llevó al taller de un tío, ubicado en las cercanías de la antigua Terminal de Ómnibus, conocida como El Litoral.
“Estuve dos años cebando tereré y después ya me dio trabajo. Ahí me formé. Él era militar y armero de la Policía Motorizada, había estudiado en el Parque de Guerra. Aprendí mirando y practicando, confeccionando piezas, porque repuestos no hay y entonces nos vemos obligados a crear”, relata don Francisco sobre sus comienzos en el oficio.
Carlos González, por su parte, lleva 30 años como armero, en su taller El Cerrojo. “Mi papá (Francisco González Núñez) fue el primer armero civil del país (su local se llamaba El Gatillo). Yo aprendí la profesión observándolo a él”, relata. Sus dos hermanos mayores también son armeros.
Otro negocio al lado

Francisco Rolón.

Francisco Rolón.

Los armeros comparten la similitud de sus comienzos, sin una capacitación formal, y también la realidad que esta profesión impone actualmente: es muy difícil mantenerse solamente con el oficio. “Hace cinco años que estoy trabajando, pero esto es cíclico, a veces tenés años buenos, y otras, años malos. Para no sufrir en los años malos creé una consultora de seguridad, donde aplico mis conocimientos cuando un cliente me pide ayuda, cuando tiene una brecha o un problema de seguridad. Y el trabajo de armero lo hago cuando se trata de un cliente muy conocido”, dice Duré.
Francisco Rolón confiesa que con esta actividad solo se sobrevive. “No es para nadar en plata, y si bien no tengo vehículo, puedo mantener a mi familia”, expresa. El suyo es un taller familiar: hijos y sobrinos, adiestrados por él, se encargan de darle una mano en algunas fases del proceso de reparación.
“Aparecen uno o dos trabajos por semana y generalmente son de mantenimiento. Antes se ganaba bien, porque éramos dos o tres armerías nomás, pero hay mucha competencia y algunos trabajan por chauchas y palitos; generalmente descomponen todo y después me traen a mí. No son armeros, piensan que es fácil y usan mal las herramientas”, revela Carlos González, quien además es funcionario público. Sus hermanos también se dedican a otras actividades, que son su principal fuente de ingresos.
Duré resalta que generalmente los armeros tienen otra profesión en Paraguay. “Sí o sí tenés que hacer simultáneamente otra cosa para poder subsistir. Dedicarse cien por ciento a este oficio es muy difícil, porque nuestro mercado es muy chico y el costo que invertís para reparar te alcanza a veces hasta el 50% del precio del arma. Entonces, mucha gente opta por que limpies bien, le pongas un poco de aceite y siga funcionando así nomás”, agrega.
Para trabajar en este quehacer hay exigencias legales que cumplir, como estar registrado como armero en la Dirección de Material Bélico (Dimabel). A esta institución también se le debe presentar una planilla en la que conste el número del arma reparada, el de la licencia y el nombre del propietario. Dimabel rubrica ese libro de trabajo cada seis meses.
También existen ciertas restricciones en cuanto a las armas que pueden ser reparadas por los profesionales civiles. ¿Las armas de guerra?, le preguntamos a Duré. “A la guerra se puede ir con una 22; cualquier arma puede ser de guerra. Nosotros estamos autorizados a trabajar con armas de uso civil, que son las no automáticas y las semiautomáticas. Las automáticas son exclusivamente de uso militar”, aclara.
Las armas no automáticas, o de repetición, son las que después de cada tiro se deben recargar mediante un procedimiento mecánico; las semiautomáticas se recargan automáticamente por la acción del gas liberado después de cada disparo, pero hay que apretar el gatillo para cada tiro, y las automáticas disparan de manera continua manteniendo apretado el disparador.
Especialidades

Carlos González.

Carlos González.

Un armero que se precie de serlo debe ser capaz de reparar cualquier tipo de arma portátil, antigua o moderna, y generalmente no existe una especialización al respecto. Sí puede variar el abanico de reparaciones según la pieza a arreglar o modificar.
“Fabricamos algunas piezas, las que podemos. Otras las mandamos hacer y le damos la terminación que necesita el arma. Todo se hace a mano, con lima, con sierra. Le damos forma al hierro y armamos un disparador o un martillo”, revela Carlos González. Su hermano Hugo es quien suele fabricar las piezas de metal.
Duré destaca que se dedica a arreglar revólveres, pistolas, rifles y escopetas. Y también armas antiguas. “Hace poco reparé una arma monotiro, réplica de un mosquetón. Arreglé la madera, pavoné el caño y le pinté la caja”, cuenta con orgullo.
La pintura es un aspecto que él trabaja con mucha eficiencia y se jacta de ser el único que lo hace en Paraguay. Importa los mejores materiales de Estados Unidos para conseguir una cobertura duradera y de calidad. Pintar es una tendencia que va ganando adeptos en Paraguay, entre quienes prefieren tener un arma personalizada a través de colores elegidos por ellos.
Duré relata que los trabajos en madera los terceriza con un carpintero de su confianza. “Yo sé realizar ese trabajo, pero no lo hago porque insume mucho tiempo, que prefiero emplear en otras tareas y dejar que otra persona se encargue de esa parte”, añade.
Don Francisco hace reparaciones y pavonado (ver recuadro). El niquelado, en cambio, es una tarea que está tercerizada. Las cachas de madera son fabricadas por sus hijos y sobrinos en su taller. Para su trabajo, Rolón acostumbra a reciclar materiales metálicos provenientes de herramientas en desuso o ya inservibles, como machetes.
Herramientas y clientes

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Los elementos utilizados por los armeros no son muy sofisticados y en algunos casos los profesionales acondicionan sus herramientas para que sean útiles en la tarea de reparar. Don Francisco usa pinzas, limas y mechas salomónicas. A modo de torno utiliza una perforadora vertical, y un gato sirve como prensa hidráulica. Otra herramienta es la piedra esmeril.
González también terceriza el pavonado, el niquelado y el cromado, así como los trabajos en madera, ya que las cachas las manda a hacer en Caacupé. También recurre a profesionales externos a la hora de fabricar los resortes.
Un taladro industrial se usa como torno y se apela a las mechas para fabricar piezas y darles forma. Pero el trabajo más solicitado es la limpieza del arma, tarea para la que se utiliza un cepillo de acero. La sierra y la lima son dos herramientas a las que recurre González para las reparaciones.
“Me traen armas portátiles de uso civil. Trabajo para empresas de seguridad, para casas de venta de armas y también para la Policía”, explica González. Duré solo trabaja con clientes conocidos, y González recibe órdenes de trabajo de particulares y también de algunas firmas dedicadas a la venta de armas.
Una actividad relacionada con la armería es la recarga de proyectiles. Pero este es un trabajo delicado que exige mucho conocimiento. González y Rolón prefieren no incluir esta tarea en su oferta de servicios, pero Duré sí acostumbra a realizarla.
Para hacer una recarga se debe conocer la relación matemática que existe entre la cantidad de pólvora y el peso de la bala. Usualmente se recurre a la recarga para abaratar costos, ya que por ejemplo, en una práctica de tiro se usa una cantidad elevada de proyectiles, que pueden costar hasta G. 5.000 por unidad. Con la recarga, el gasto se reduce a G. 1.800, una diferencia importante si se mira el costo.
Más por hobby o pasión que por necesidad, el oficio de armero sobrevive en Paraguay gracias a un grupo de entusiastas profesionales, hombres de armas tomar que dan continuidad a un oficio que también es arte. Y tan antiguo como la primera arma de fuego que el hombre fabricó.

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Coberturas
El pavonado consiste en la aplicación de una capa superficial de magnetita y óxido ferroso-diférrico alrededor de las piezas de acero, para mejorar su aspecto y evitar la corrosión.
El niquelado es cubrir con una capa de níquel la superficie de un objeto, con la finalidad de mejorar su resistencia a la corrosión, por razones decorativas o como base para otros revestimientos galvanoplásticos.
El cromado es la técnica de depositar, mediante galvanoplastia, una fina capa de cromo sobre un objeto de otro metal o de plástico. Puede ser con fines decorativos, para proporcionar resistencia a la corrosión, facilitar la limpieza del objeto o incrementar su dureza superficial.

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Exigencia legal
La ley n.° 4036/2010 establece que las personas que quieran reparar armas de fuego deberán hacerlo en talleres autorizados y que el arma debe poseer el permiso correspondiente o fotocopia autenticada del mismo. La normativa señala, además, que hacer la reparación sin el permiso de tenencia vigente “dará lugar a la cancelación de la licencia de funcionamiento del taller y al decomiso del arma de fuego, sin perjuicio de la sanción penal correspondiente”.