El presidente Donald Trump está pateando el tablero del comercio internacional. Semanas atrás decidió la imposición de aranceles del 25 y 10% a la importación de acero y aluminio, respectivamente, bienes básicos utilizados como insumo en varias industrias.
Utilizando argumentos de seguridad nacional, apunta a la producción china, donde existe un gran exceso de capacidad por las grandes inversiones realizadas en las últimas décadas con financiamiento subsidiado de los bancos públicos chinos.
Sin embargo, al imponer aranceles de carácter general afectó directamente a importantes socios comerciales, como Canadá y México, Brasil y la Unión Europea, con quienes ha ido flexibilizando su posición luego de fuertes reclamos de los mismos y ante amenazas de represalias especialmente de la Unión Europea, aunque buscando alguna ventaja comercial con cada uno de ellos de manera compensatoria.
La semana pasada dio otro golpe fuerte. Impuso amplias sanciones comerciales contra China por hasta un monto de USD 50.000 millones anuales con el argumento de que China no respeta los derechos de propiedad intelectual por la práctica del Gobierno de exigir a las empresas extranjeras que quieran ingresar al mercado chino a revelar el know how tecnológico sobre sus productos.
Para Trump, este tipo de prácticas son injustas y hacen que el campo de juego no sea recíproco. Las empresas chinas pueden ingresar al mercado americano con menores aranceles y menos exigencias. Incluso han comprado empresas americanas y europeas sin mayores restricciones a través de las cuales acceden a conocimientos tecnológicos en distintos sectores que no tenían anteriormente. Sin embargo, el ingreso de empresas americanas o europeas al mercado chino tiene innumerables restricciones como la de revelar sus conocimientos tecnológicos. No hay reciprocidad y Trump va a nivelar la cancha.
Si bien China es un país con un ingreso per cápita aún de nivel medio y EEUU es un país desarrollado, esta disputa es entre las dos economías más grandes del mundo. De ahí la importancia de su desenlace para el resto del mundo y para nuestro país.
Por ejemplo, por el tamaño de la demanda americana de acero y aluminio, la imposición de aranceles a ambos productos tendrá impactos en el precio internacional de los mismos. Si bien el impacto ha sido mitigado en su mayor parte por la flexibilización con otros socios comerciales, los aranceles llevarían a un incremento en el precio y la producción local de EEUU y a una reducción de su demanda de importaciones y del precio internacional de los mismos. Y, finalmente, a una reducción de su producción en el resto del mundo.
Por otro lado, el Gobierno chino ha anunciado represalias a las últimas medidas de Trump. Deslizaron informaciones de que impondrían restricciones a las importaciones de productos agropecuarios de EEUU, como la soja, lo que podría tener consecuencias colaterales negativas para nuestro país.
Aunque China tiene limitadas condiciones para incrementar la producción de soja, si impone aranceles a su importación de soja de EEUU, incrementaría el precio local del mismo con un impacto negativo en la demanda de importaciones totales y una reducción en el precio internacional de la soja. Adicionalmente, habrá una migración de proveedores entre distintas regiones productoras e importadoras. China comprará más soja de otras regiones para satisfacer su mercado y la soja americana irá a buscar otros mercados. Pero al final, la demanda global será menor y la consecuencia es un menor precio.
Es difícil predecir hasta dónde llegará la escalada de esta guerra comercial entre EEUU y China, pero sabemos que sus consecuencias tendrán impacto global. El libre comercio es lo más conveniente para un país pequeño como el nuestro. Una forma de mitigar sus efectos es culminar exitosamente el acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea que nos garantizaría un acceso a este importante mercado y sobre el cual podemos establecer políticas de desarrollo industrial y tecnológico en las próximas décadas.