08 ago. 2025

Geniolismo del siglo XXI

Alfredo Boccia Paz – galiboc@tigo.com.py

Las especulaciones sobre los votos que Cartes necesita para renunciar con éxito tienen una faceta llamativa. Son más dudosos los que provienen de la bancada de Añetete que algunos del PLRA. Hay parlamentarios liberales que obedecen con devoción lo que ordene el presidente.

Esos liberocartistas acompañan a Cartes incluso en sus decisiones más polémicas y para ello no tienen complejos en incumplir mandatos partidarios. Quisieron la reelección vía enmienda, les pareció una barbaridad que se pretenda aumentar el impuesto al tabaco, les gustaron todos los candidatos que Cartes propuso para el Jurado de Enjuiciamiento, el Consejo de la Magistratura, la Fiscalía General y cualquier cargo que requiriera sus votos.

Esta fidelidad perruna a la voluntad de un presidente colorado no es nueva en los liberales. Durante décadas Stroessner encontró al interior del PL y el PLR personas dispuestas a disfrazarse de opositores y armar una fachada democrática a su dictadura. Eran llamados geniolitos –no se sabe muy bien por qué– y levirales –por su líder, Carlos Levi– y eran odiados por sus correligionarios. Tanto que en la primera oportunidad que tuvieron, las elecciones de 1989, los enviaron al basurero de la historia.

Estas traiciones no son por convicción. La sumisión de aquellos liberales participacionistas era recompensada por poca cosa. Antes, las dietas de parlamentarios y concejales eran exiguas y no había muchos beneficios más. No se conocía el mensalão, por ejemplo. Ese es el neologismo creado por los brasileños durante el escándalo del 2005 cuando se descubrió que algunos diputados recibían una mensualidad extra por apoyar políticas del gobierno. Lo acuñó Roberto Jefferson, uno de los involucrados. Aquel dinero salía de la corrupción pública. En la versión paraguaya del mensalão, la plata proviene de bolsillos privados. En realidad, dicen, de un solo bolsillo.

Como eso no es posible probarlo, lo dejamos en el terreno de las leyendas urbanas. Pero de lo que no quedan dudas es que el vil metal contante y sonante no es el único incentivo. Hay muchos otros que quedan a la vista del público. Un listado incompleto incluye el nombramiento en cargos bien remunerados a hijos, hermanos, primos, sobrinos, nietos, cuñados y chongos varios del parlamentario a seducir. Anote también viajes, trato preferencial en licitaciones y negocios con el Estado e impunidad en casos de imputaciones y problemas judiciales.

Como en la época de los geniolitos, todo es tan repetitivo que hasta parece normal. Hay, sin embargo, diferencias: muchos de los liberocartistas tuvieron los votos necesarios para ser reelectos. O una parte de los liberales no ve mal el sometimiento a Cartes o el entramado clientelístico se difunde hasta las bases distribuyendo cargos públicos y asegurando lealtades. Algo que el geniolismo hubiera soñado, pero Stroessner jamás les concedió.