Cosa rara, Evo Morales perdió una elección. Nunca había sucedido desde que llegó al poder en el 2005, ganando en primera vuelta con el 54% de los votos. Luego venció el referéndum revocatorio de 2008 (67%), las elecciones de la nueva Constitución Nacional en el 2009 (60%), fue reelecto ese mismo año (64%) y por segunda vez en el 2014 (60% de los votos).
Esta impresionante trayectoria se sustenta en una década de resultados igualmente impresionantes. Evo logró la inclusión política y social de mayorías indígenas que recuperaron su identidad después de siglos de desprecio de las élites tradicionales. Pero además mantuvo a Bolivia en el ritmo de un crecimiento económico sostenido –5,1% anual entre 2006 y 2014–, con alta inversión pública y excelente nivel de reservas internacionales. Ese crecimiento no solo se observa en la construcción de autopistas, viviendas, hospitales, sistemas de acceso al agua e inversión en educación –Bolivia invierte en este rubro el 14% de su presupuesto–, sino en la redistribución de la riqueza. Según la Cepal, la pobreza disminuyó en 32% en diez años. Habrá, sin duda, un antes y un después de Evo en la historia boliviana. Sobre todo, porque lo consiguió con estabilidad, un valor esquivo en el país hermano.
Sin embargo, el electorado le dijo no a un cuarto periodo presidencial. Es interesante analizar los motivos de esta derrota. Empecemos por decir que no es bueno para el sistema republicano que la misma persona esté tanto tiempo en el poder. De hecho, en los últimos años ya había muestras del desgaste. Por primera vez saltaron a la luz hechos de corrupción que afectaban a sindicalistas y dirigentes indígenas. Y, en las semanas previas a la elección, el propio Evo se vio involucrado en el sonado caso de Gabriela Zapata, una ex pareja suya que apareció como representante de una firma china que hacía importantes negocios con el gobierno. La mujer fue apresada ayer.
La derecha tradicional, que siempre odió a Evo por ser el “indio” que les quitó sus privilegios de clase, se puso rostro ciudadano –tal como pasó con Macri en Argentina– y se embanderó con el “No”. Lo curioso es que a ella se sumaron muchos ex aliados izquierdistas de Evo –desde sindicalistas hasta intelectuales– que también lo critican desde el otro extremo. Su gobierno se ha desconectado de aquello que había creado y movilizado; se ha olvidado de sus propuestas ambientales y del respeto a la Pachamama, incentivando las políticas extractivas y alejándose de sus reivindicaciones indígenas originales.
Nada mejor que un referéndum para unir a todos. Por eso perdió Evo. Pero también porque en Bolivia se construyó una sociedad que, sin dejar de valorar todo lo conquistado, temía la perpetuidad de un hombre en el poder. A Evo le queda mucho tiempo de gobierno. Deberá abrirse a nuevos caminos para revitalizar la revolución y dejar surgir un sucesor. El reto de la oposición es contrario: deberá cerrar filas en torno a un candidato, algo que no se ve hoy ni hubo en el pasado. Bolivia apostó por la salud democrática. Como dijo el Pepe Mujica: “No hay hombres imprescindibles, sino causas imprescindibles”.