Muchos hablan del “derrumbe de las evidencias”, y no en una época de cambios, sino en un “cambio de época”, fenómeno que implica modificaciones más profundas y de mayor alcance –y, según muchos, irreversibles– para la sociedad de nuestros días.
El concepto hace referencia a la cada vez más generalizada incapacidad nuestra de reconocer –y aceptar– realidades objetivas, datos de la naturaleza y hasta valores humanos universales básicos, cuando estos se oponen a nuestras medidas y razonamientos.
¿Quién podría imaginarse que hoy estaríamos discutiendo y estableciendo legislaciones para permitir que las madres eliminen a sus hijos, seres humanos como nosotros, en su propio vientre, de manera legal y con el título de derecho de la mujer? Y no es que faltan evidencias. La ciencia, con todos los avances tecnológicos, expone con contundente claridad de que se está truncando la vida a un ser humano, es decir, un delito gravísimo. Pero el dato carece de valor. La evidencia no interesa, pues hay otros intereses –valga la redundancia– considerados superiores, ligados a la ideología de moda, el feminismo radical y fanático, y –obviamente– lo económico.
Por otro lado, ¿quién podría imaginarse que hoy existirían movimientos que reivindican a los nazis o los grupos Ku Klux Klan, a pesar de tantas evidencias históricas recientes, dolorosas y hasta espantosas? Imágenes, testimonios, archivos, nada cuenta. Lo evidente se diluye.
“Hoy no es de modo alguno evidente de por sí lo que es justo respecto a las cuestiones antropológicas fundamentales y que pueda convertirse en derecho vigente. A la pregunta de cómo se puede reconocer lo que es verdaderamente justo, y servir así a la justicia en la legislación, nunca ha sido fácil encontrar la respuesta y hoy, con la abundancia de nuestros conocimientos y de nuestras capacidades, dicha cuestión se ha hecho todavía más difícil”, señalaba al respecto, en el Parlamento alemán, en 2011, Benedicto XVI, en su discurso sobre la razón y el derecho.
En estos tiempos las ideas sobre la realidad valen más que la propia realidad; un fenómeno que avizora consecuencias de alto riesgo para la sociedad que comenzará a legislar y organizarse con base en complejos pensamientos en vez de hechos y necesidades objetivos. No en vano se afirma que nos encontramos ante “una crisis antropológica de raíces profundas”.
¿Cómo aprender a mirar, valorar y ceder ante las evidencias de la realidad; factor de correspondencia con el ser humano y garantía para avanzar con menor margen de error? En este tipo de cosas, no existen las recetas. Sin embargo, nada será más educativo que el desarrollo de una razón abierta a la experiencia; a esos hechos que dan significado al concepto abstracto.
El caso de Rose Busingye, de la Fondazione AVSI, en Kampala (Uganda), que trabaja con mujeres con sida, también da una pista al respecto. A ellas ya no les interesaba conseguir las medicinas para su recuperación. Un valor tan evidente como la propia vida, parecía ausente, desvanecido. Pero fue el encuentro con esta enfermera (Rose) el que les hizo volver a “ver”, pues les comunicó un gusto de vida; su testimonio volvió a poner en marcha un deseo de vivir latente, abrió de nuevo la razón de estas mujeres al reconocimiento del valor de la vida.
Aprender a mirar la realidad hoy ya no es obvio. Exige una mentalidad abierta, y como el caso de Uganda, un rostro capaz de abrazar al otro con gratuidad, gozo y libertad.