Al controvertido líder conservador británico Sir Winston Churchill se le atribuye una de las definiciones más expresivas acerca del valor de la democracia: “Que golpeen a tu puerta en la madrugada... ¡y que sea el lechero!”.
Es decir, un sistema político que desde el Estado te garantice que no serán oscuros hombres armados los que tocarán a tu puerta, con una anónima “orden superior” que les otorgue impunidad para secuestrar, torturar, encarcelar, asesinar o hacerte desaparecer, como en las peores épocas de la dictadura del general Alfredo Stroessner.
Un sistema político en el que puedas levantarte sin miedo a abrir la puerta, sabiendo que quien llama será el lechero, o el canillita, o el repartidor de agua mineral. ¿No fue acaso por eso que han dado su vida tantos compatriotas que lucharon por dejar atrás a la tiranía...?
En la madrugada del 1 de abril no han sido lecheros ni canillitas los que golpearon la puerta del local del principal partido opositor, en Asunción, sino escuadrones de la Policía Nacional, sin orden judicial, sin hacer preguntas, sino directamente disparando, ¡todos al suelo!, ¡cuerpo a tierra!, ¡los vamos a matar a todos...!, sin importar banderas blancas, ni inmunidad parlamentaria, ni gritos de pánico de mujeres en el baño, ni siquiera los estertores de dolor de Rodrigo acribillado, desangrándose en el piso, sin merecer el humanitario auxilio que se brinda a lo enemigos hasta en las guerras más encarnizadas.
A medida en que surgen más detalles y evidencias de lo que realmente ocurrió en esa negra noche de cacería humana indiscriminada por las calles de Asunción y la sede del PLRA, queda claro que no fue solo un “exceso represivo” de algunos policías “gatillo fácil”, a los que “se les fue la mano”, sino parte de todo un operativo ordenado desde altas instancias del Gobierno, buscando afirmar con el miedo y el uso ilegal y criminal de la fuerza, el plan de lograr a cualquier precio la enmienda de la Constitución para imponer la reelección presidencial, actualmente prohibida por la Carta Magna.
El escándalo desatado ante el frío asesinato de Rodrigo Quintana no debe hacer olvidar, sin embargo, que ese mismo “modus operandi”, que haría palidecer a Pastor Coronel o a Kururú Piré, se viene aplicando sistemáticamente contra dirigentes campesinos, indígenas y humildes luchadores sociales que no siempre encuentran el mismo eco de indignación en la prensa y en la ciudadanía.
En estos días, en que la crisis política instalada en torno a quienes son partidarios o no de la enmienda constitucional, entrará en su parte más álgida, sería interesante entender que lo que en realidad está en juego no es la posibilidad de que Cartes y Lugo puedan ser o no reelectos, o que Efraín y Rafael se los quieran sacar de encima para tener el camino más fácil, sino que estamos empezando a caminar cada vez más bajo la lúgubre sombra del terrorismo de Estado.
Pues no, mi estimado Winston: Esta vez no fue el lechero el que llamó a la puerta.