La imagen de los diarios muestra una situación incómoda, hasta diría vergonzosa. Si yo pasara por lo mismo –y supongo que la inmensa mayoría de los lectores también– me sentiría fatalmente deprimido. No es para menos: sentados en un pasillo del Poder Judicial, esperando ser recibidos por el juez y expuestos al morbo de la gente y los flashes de los fotógrafos, estaba un señor en compañía de su esposa, su cuñada y su suegra.
Él está imputado por usar influencias para que las tres mujeres sean contratadas por el Estado y ellas por cobrar muy buenos salarios sin concurrir al lugar de trabajo. Coincidirá conmigo que se trata de una situación bochornosa. Por eso me desconcierta esa sonrisita que exhiben los cuatro. No me cierra. ¿Qué les causa gracia?
Acudí a un amigo psicólogo, quien me dio una pista. Se ríen de vos, estúpido, me dijo. Es que no son como nosotros. No se sienten mortales comunes, como vos o yo. Se sienten superiores, se consideran inalcanzables, exitosos. Te miran desde arriba, desde la impunidad y la arrogancia a las que las instituciones viscosas de esta republiqueta los acostumbraron. Se cagan en los que tienen que trabajar cumpliendo horarios y justificar las ausencias, aunque sean debidas a un dengue grave. Eso es cosa de pobres, ellos son de otra casta, por eso sonríen. Saben que no irán presos. Bastará una fianza y a casa. Sin perder la sonrisa.
Los psicólogos te suelen dejar pensando. Por suerte este no me cobra. Pero entender el motivo de la sonrisita no me hizo nada bien. Es que en este país hay muchos planilleros y uno se acostumbra a ellos. Es una manera paraguaya de llegar a fin de mes. Cuando son pillados, pasan por la vergüenza de ver su nombre publicado en las listas de los diarios. Son gajes del oficio.
Esos sinvergüencitas no me molestan tanto como los otros, los que no necesitan recurrir a sueldos malhabidos del Estado porque tienen dinero u ocupan ellos mismos altos cargos. Esos son mil veces peores. Y vaya que hemos tenido ejemplos en los últimos tiempos. Son ricos, cobran sueldazos y se hacen pagar secretarias, jardineros, niñeras, amantes, por el Estado paraguayo. Es decir, por todos nosotros. En algunos casos, tienen la desfachatez de quedarse con la mitad del sueldo del planillero a su cargo. Y además viajan, a todo lujo, a cuenta nuestra.
Y encima, sonríen cuando son atrapados. Deberían taparse el rostro de vergüenza como lo hacen hasta los humildes motochorros cuando la Policía los muestra en la televisión. Definitivamente, tengo un problema con esa sonrisita. Me hace sentir idiota. Me transmite desprecio, prepotencia, soberbia. Podría perdonar a los averiados morales que se quedan con el dinero que falta en los hospitales y escuelas del país. Bastaría con que devuelvan al pueblo paraguayo lo que cobraron sin trabajar. Pero no puedo con esa sonrisita superior. Empuja invenciblemente al escrache. A no olvidar esos rostros. A evitar la amnesia.