En manos de Moisés, un simple trozo de rama de arbusto transformado en cayado fue el símbolo de libertad de todo un pueblo. Tal como en estos días lo recrea una popular telenovela, el humilde palo en poder del patriarca bíblico pudo conjurar plagas y separar las aguas del mar para que los hebreos dejen de ser esclavos.
El profeta Jesús de Nazareth también se apoyaba en un palo cuando recorría las playas del mar de Galilea predicando que bienaventurados los pobres y fue con ese mismo cayado, transformado en garrote, con el que apaleó y expulsó a los mercaderes que se adueñaron del templo.
Con un ramo seco desgajado de unos arbustos, al que imaginó potente lanza, el higaldo caballero Don Quijote de la Mancha cargó al galope contra molinos de viento que para él eran feroces gigantes, legándonos para siempre la más bella y literaria metáfora sobre la utopía.
Con un pedazo de palo de caña, convertido en artístico bastón, el gran Charlie Chaplin le dio vida al más entrañable personaje de la historia del cine, un zaparrastoso vagabundo que se burla de la autoridad para contagiar valores de humanidad.
En Paraguay, el palo, el bastón, el garrote, el yvyra racängaguá, el yvyra vãvã, el yvyracua, el yvyra asygué, el yvyra paje, el kyse yvyra, el tacuapú... constituyen parte de la ancestral cultura indígena y campesina, que adquieren diversos usos según la ocasión: sostén para caminar, instrumento para golpear la tierra y arrancarle música en una danza ritual, arma para la cacería y la obtención de alimentos, herramienta para hacer huecos en la tierra y sembrar semillas, medio de defensa o de ataque, emblema de justicia popular en comisiones cuando la justicia oficial no funciona...
El garrote se ha convertido, además, en el principal símbolo de las manifestaciones campesinas. Fue admirable ver como lo usaron en aquella histórica marcha de marzo de 1999, cuando el asesinato del vicepresidente Luis María Argaña los sorprendió en plena capital y decidieron unirse a los demás ciudadanos durante varios días de resistencia.
Fueron parte del esquema de seguridad en las plazas del Congreso y bastaba que unieran los palos, unos con otros, para formar una muralla infranqueable, que no pudieron derribar ni las arremetidas de la Policía montada, ni la llegada de los tanques de guerra. Desde entonces, los miembros de la Federación Campesina llegan cada año portando esos mismos históricos garrotes, como evocación del heroico Marzo Paraguayo.
Es lo que probablemente no supo, o no quiso saber, la ministra de Hacienda, Lea Giménez, cuando en estos días llamó “cavernícolas con garrotes” a los campesinos de la Coordinadora Nacional Intersectorial (CNI), movilizados en la capital. Lástima, porque implica desconocer una esencial clave cultural del pueblo para el que ella dice trabajar.