El personalismo patente, entre las figuras catapultadas y que se perfilan como candidatos a ocupar los principales cargos en el país, sigue imperando en el imaginario colectivo por encima de eventuales propuestas o programas trazados, de acuerdo con la ideología de este o aquel partido político.
La expectativa en gran parte del electorado se focaliza en dos o tres figuras que ya vienen moldeando su imagen y que, al atravesar el rito de pasaje de las internas, se ubicarán en el podio con miras a las generales del año venidero.
Algunas facciones apelan al reciclado de figuras ya conocidas, mientras el partido de Gobierno impulsa a la sangre joven, a tono con algunas naciones primermundistas que incentivan al electorado a fijarse en candidatos de la nueva camada, sin la consabida mácula del desprestigio sedimentado en los antiguos, por erróneas o inescrupulosas gestiones pasadas.
Pero en el torbellino de la carrera presidencial o de los apetecidos cargos en el Congreso Nacional y las gobernaciones, apenas hay tiempo para el debate de los planes que acompañan a la plataforma aspirante a gobernar; pocos conocen las posturas asumidas por quienes buscan ser electos en temas cruciales, como el tributario, la política económica o la cuestión medioambiental.
No se llega a una sana controversia ni se profundiza en las aristas estructurales que afectan al país, ni en los flagelos que aquejan atávicamente a la mayoría de la población. No se discute la trascendencia de instituir o no un impuesto nuevo, una necesaria reforma educativa o el destino que se dará a los recursos extraordinarios que llegarán cuando se pague la deuda de Itaipú, o bien la urgente necesidad de transformar la Carta Orgánica del IPS, por citar algunos temas cruciales.
En vez de ello, el tablero electoral solo enfatiza nombres, y alrededor de este esquema se gestan las opiniones sobre si es heredero del stronismo, es un outsider (candidato que no tiene arraigo en las bases partidarias), o si abandona el glamoroso mundo de la farándula para proyectarse políticamente, porque se insufló de conciencia colectiva para tal fin.
Ya en la recta final del proceso eleccionario, se replican los programas periodísticos, especialmente dedicados a conocer más a profundidad al aspirante de un cargo, y en gran medida es objeto de tiroteos indiscriminados que le desprestigian, y a su vez busca las mejores estrategias para el contraataque, priorizando descalificativos antes que plasmar un modelo de país que le gustaría llevar a la práctica.
Y con esto se eterniza el énfasis en el morboseo de las cuestiones personales antes que institucionales.