Grupos de campesinos acampan en la Plaza de Armas de nuestra capital reclamando, entre otros puntos, la condonación de la deuda del sector con entidades financieras, además de apoyar el reclamo de las cooperativas en torno a la aplicación del IVA. Hablar de los labriegos y sus necesidades es un tema siempre complicado, no solo por la complejidad de la problemática, sino también porque despiertan sentimientos encontrados.
Por un lado, están aquellos que los califican de “haraganes” y “sinvergüenzas”, sin contar con una información acabada sobre la situación; y, por otro, aquellos que no aceptan ninguna crítica o duda hacia los mismos, simplemente porque son campesinos y carentes de recursos económicos; una mirada que los victimiza.
Ambas posturas terminan siendo reducidas e inadecuadas, puesto que parten de prejuicios, aunque de signos distintos; es decir, de afirmaciones motivadas por aspectos emocionales, pero sin el análisis racional correspondiente y libre de cualquier fanatismo ideológico. Necesitamos buscar una mirada completa, con todos los factores en juego, que nos permite acercarnos a la verdad. En ese sentido, no se pueden negar las necesidades que enfrentan los trabajadores del campo, la mayoría sin ningún tipo de asistencia. Pero tampoco podríamos rechazar de plano que hay dirigentes con una motivación más política que social o gremial, y que se benefician con esta coyuntura. Eso ocurre en todos los ámbitos, aquí nadie es impoluto.
Por otro lado, están bien organizados para las movilizaciones, y eso es importante, pero quizá necesiten fortalecerse en la organización para la producción, y así alcanzar mecanismos de autogestión eficientes que apunten a una mejor calidad de vida, sin depender siempre del Estado.
En cuanto a las posibles soluciones, estas pasan por una atención más seria del Gobierno, con proyectos sustentables y transparentes; por una cooperación con los sectores público y privado, buscando reconocer al otro como un “bien” en vez de un enemigo; además de potenciar la agricultura familiar y la creación de cooperativas y sistemas de comercialización, el acceso a la tierra, etc.
Sin embargo, ninguna salida será válida si no se mira a la persona del labriego con sus exigencias, recuperando esa autoestima y dignidad propias de estos hombres del campo, como lo testimonian nuestros padres y abuelos; orgullosos de su tierra y sin miedo al sacrificio y la adversidad.
Como lo recordó el papa Francisco durante su visita al Paraguay, señalando que para buscar el bien de los pobres, “lo primero es tener una verdadera preocupación por su persona, valorarlos en su bondad propia”, lo que exige –decía– estar dispuestos a aprender de ellos y acompañarlos. Una invitación válida ante una realidad tan desafiante como la actual.