Me enganché con Merlí, una serie catalana sobre un profesor que se sale de todas las normas establecidas.
Lo que más me gusta del programa (disponible en Netflix), es su visión sobre los adolescentes. El protagonista es un docente que llega de rebote a una escuela pública de Barcelona, donde debe enfrentarse a distintas realidades.
Alumnos despreocupados, maestros apegados a métodos tradicionales de enseñanza y una fuerte estructura conservadora que parte del director del centro educativo, se observan en el establecimiento.
Para esta estructura conservadora y tradicional, los jóvenes son meros cumplidores de órdenes. En algunos casos, sus destinos ya están escritos por sus padres o familiares. Pero el protagonista del show no piensa así. “Otra vez con eso de que los adolescentes no pueden pensar por sí mismos”, repite en una de las escenas de la serie que generó topes de audiencia en España.
Omitiendo la actitud del atípico docente fuera del aula, Merlí se esmera para que sus estudiantes piensen por sí mismos y actúen en consecuencia. Es básicamente lo opuesto a lo que suelen pensar los maestros tradicionales e incluso las autoridades de educación en países como el nuestro, quienes relativizan toda acción o pensamiento que sale de los adolescentes.
“Jóvenes, no se dejen manipular”, fue el mensaje de un alto funcionario del Ministerio de Educación y Ciencias (MEC) a los secundarios. Lo dijo cuando se manifestaron contra la intención de enmienda constitucional a favor de la reelección.
“Debatan, pero dentro de la sala de clase”, manifestó otro en un comunicado oficial.
Son solo algunos ejemplos de cómo piensan nuestras autoridades acerca de los jóvenes, o como mínimo, es la forma en la que manipulan la información cuando las papas queman. Claro que en nuestra tradición autoritaria las críticas hacia los jóvenes vienen generalmente cuando estos piensan diferente.
Lo que hace diferente de Merlí con respecto a otros profesores, aparte de ser un apasionado de su disciplina, es interesarse realmente por los jóvenes. Esta diferencia es fundamental, pues la mayoría de sus colegas en la serie solo buscan desarrollar el currículo.
Y eso que la sala está abarrotada, pero se las arregla para conocer a cada uno.
Cuando el resto se dedica a reprimir y sancionar, él genera un puente de confianza y apertura. Así el alumno que repitió de curso, descubre que tiene potencial para la filosofía.
Así frena un caso de sexting y otro de acoso escolar.
La sala de clases se transforma y los secundarios se vuelven miembros activos en cada debate. Discuten teorías básicas sobre corrientes de la filosofía o el pensamiento de filósofos como Nietzsche.
En Paraguay, necesitamos docentes más apasionados y que no solo despachen a los chicos cuando suena el timbre, sino que los consideren como parte del proceso educativo.
Necesitamos también retribuirles con mejores salarios, más herramientas y formación continua.
Desde febrero que nuestros educadores aguardan un aumento del 7,7% que sigue congelado en el Parlamento, donde se preocupan más por el próximo delfín oficial.